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Actualizado: 30 de abril de 2025
Sentáronse los tres en sillas de lustrosa madera, y doña Manuela, por costumbre, habló de los negocios y de lo malos que estaban los tiempos; eterno tema alrededor del cual giran todas las conversaciones de una tienda. Don Antonio sacaba a luz todo un arsenal de afirmaciones que, a fuerza de repetidas, habían pasado a ser lugares comunes. Mal iba todo, y la culpa la tenía el gobierno, un puñado de ladrones que no se preocupaban de la suerte del país. En otros tiempos se vendía bien el vino, tenían dinero los del arroz, y el comercio daba gusto.... ¡Santo cielo! ¡Pensar el paño negro y fino que él había vendido a la gente de la Ribera, las mantas que despachaba, los mantones y pañuelos que se habían empaquetado sobre aquel mostrador...! ¡Y todos pagaban en oro...! Pero ahora, ¡las cosechas no tenían salida, no había dinero, el comercio iba de mal en peor y las quiebras eran frecuentes!
Mientras la joven despachaba su correspondencia, que era algo larga, Miquis se paseaba, las manos metidas en los bolsillos, y miraba a Isidora con expresión entremezclada de asombro y miedo, diciendo para sí: «Fuera ciencia, fuera gravedad... Juventud, no te me vayas sin dárteme a conocer... Tiempo hay de encerrarse en esa armadura de cartón que se llama severidad de principios».
Todo era asunto de cerrar una hora antes la taberna; pero dentro de ella jamás tendría la justicia quehacer alguno mientras estuviese él detrás del mostrador. Batiste, después de mirar furtivamente desde la puerta al tabernero, que con la ayuda de su mujer y un criado despachaba á los parroquianos, volvió á la plazoleta.
Antes que amaneciera, su amo y un aprendiz sobaban la masa dispuesta en el lebrillo, y luego freían con rara rapidez bolas, tortas y cohombros: Pepe, mientras tanto, arreglaba los veladores, mezclaba algo de harina al azúcar de espolvorear, fregaba vasos, ponía cada cosa en su puesto y, cuando se abría la tienda, colocado de pie en la puerta, despachaba buñuelos a grandes y chicos, formando en la grasienta superficie de zinc que cubría la mesa un montón de cuartos y ochavos del moro, cuyo sucio contacto le dejaba los dedos manchados de verdín.
Pesando, pues, atenta y maduramente estos motivos, le pareció que el primero no solo contrapesaba, sino prevalecía al segundo, esperando en Dios que le proveería de Misioneros, como de hecho sucedió, pues llegaron aquel mismo año á Buenos Aires cuarenta y cuatro sujetos de la Compañía, que darán mucha materia á la historia de esta provincia, y los despachaba de España el P. Procurador de esta provincia, Diego Francisco de Altamirano, á cargo del P. Antonio Parra, que venía por superior de todos.
Después de hacer estas observaciones, fue a la cocina, donde estaba la criada preparando los trastos para el día siguiente. Era tan hacendosa y tan corrida en el oficio, que la misma doña Lupe se sorprendía de verla trabajar, porque despachaba las cosas en un decir Jesús, sin atropellarse. Pero a Fortunata le era antipática por aquella amabilidad empalagosa tras de la cual vislumbraba la traición.
Mosén Jòrdi, el cura párroco, era víctima de este mujerío desbordante, que amargaba su existencia con rivalidades y peleas. El hombre de Dios amaba la soledad tranquila del mar, y despachaba aprisa su misa para instalarse cuanto antes en un lugar favorable de la costa con sus cañas y sus redes. Nadie como él conocía el motivo de la irritabilidad femenil que revolucionaba al pueblo.
Palabra del Dia
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