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Actualizado: 30 de abril de 2025
¡Aquella avalancha puso perplejo al dueño de casa que nos declaró le era imposible darnos comodidades, pero que, si hubiéramos avisado!... La gran pieza comunicaba por una puerta, a la derecha, con una especie de pulpería donde una mujer, con la mejor voluntad del mundo, despachaba una cantidad inconcebible de tragos.
Entonces se atrevió a preguntar al chicuelo mugriento, mofletudo y asabañonado que le despachaba. ¿Está el amo? El señor Juaneca ha salido. No, don Quintín. Ese era el de enantes, que vendía pitillos de contrabando y lo quitaron por gandul. ¿Y dónde ha ido a parar? Le dieron otro estanco, y no sé más. ¡Valientes puercos debían de estar él y toda su casta! ¡Cómo dejaron la casa de telarañas!
No me traigas pan alto, sino francés». Frente a Frasquito se sentaban dos que comían guisado, en un solo plato grande, ración de dos reales, y más allá, en el ángulo opuesto, un individuo que despachaba pausada y metódicamente una ración de caracoles.
Leopoldina Pastor, varonil solterona que pasaba ya de los cuarenta, guapa y muy erudita, despachaba una buena ración de brioche milanaise, disputando con don Casimiro Pantojas, antiguo director de Instrucción Pública, académico de la Lengua y celebérrimo literato.
Como el doctor tenía su casa en la calle del Arenal, poco trecho había que recorrer. Los oscuros cristales de unas gafas oftálmicas, amén de una gran visera verde, resguardaban sus ojos de la luz, Golfín, siempre amabilísimo con el recomendado de Su Majestad, le despachaba pronto. Estaba muy satisfecho de su cura, y elogiaba la excelente naturaleza del enfermo, vencedora del mal en pocas semanas.
Y se alejó, después de recomendar varias veces al médico, con tono suplicante, que no olvidase su asunto. Aresti, mientras despachaba el desayuno y vestía sus ropas de fiesta, colocadas sobre la cama por Catalina, pensaba en la extraña psicología de una gran parte de las gentes de las minas.
Mientras ella despachaba sellos y cigarros, su tía permanecía junto al mostrador, en invierno haciendo calceta con el gato en la falda y puestos los pies en la tarima del brasero; en verano dormitando o abanicándose, y en todo tiempo celosa de que ningún comprador sostuviera conversación larga o palique peligroso con la chica, que ya exigía aquella vigilancia, porque según se iba desarrollando, aumentaba el número de los que la echaban chicoleos y flores, no siempre de aroma muy puro.
Resultado, que la cuenta quedó reducida a poco más de la mitad. »Maissonnave quería que la Diputación le subvencionase un ferrocarril de Alicante a Alcoy con varios millones. Todos estaban pagados. A mí nadie se me acercó; pero el expediente nunca se despachaba.
Al terminar el almuerzo me invitó el señor Fernández a visitar las oficinas. ¿Viene usted contento? Las señoras se quedarían muy tristes, ¿no es eso? ¡Calma!... Ya le verán a usted. He dispuesto que se encargue usted de mi correspondencia. No estaba yo satisfecho del empleado que antes la despachaba... pero, en fin, como hacía cuanto estaba de su parte, nunca le dije nada.
Es que desde algunos meses acá bien poco le lucía el trabajo a su padre. Antes despachaba más. El que viese aquellos cañutos dorados, ligeros y deleznables como las ilusiones de la niñez, no podía figurarse el trabajo ímprobo que representaba su elaboración.
Palabra del Dia
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