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Actualizado: 24 de julio de 2025


Cuando, por haber entrado la enfermedad en el período de descamación era más fácil el contagio, Pepe, que no lo ignoraba, redobló sus cuidados y, durante la convalecencia, se estuvo constantemente haciendo compañía a la muchacha, satisfaciendo sus caprichos y tolerando sus impertinencias, hasta que, dada ya de alta, tornó a su puesto de antes y siguió vendiendo cohombros a los chicos y ensartando buñuelos toda la mañana en los juncos, lo cual, con el manejo de los ochavos, acababa por dejarle los dedos sucios y pringosos: luego, de cuatro brincos, se plantaba a ver a la chica.

Antes que amaneciera, su amo y un aprendiz sobaban la masa dispuesta en el lebrillo, y luego freían con rara rapidez bolas, tortas y cohombros: Pepe, mientras tanto, arreglaba los veladores, mezclaba algo de harina al azúcar de espolvorear, fregaba vasos, ponía cada cosa en su puesto y, cuando se abría la tienda, colocado de pie en la puerta, despachaba buñuelos a grandes y chicos, formando en la grasienta superficie de zinc que cubría la mesa un montón de cuartos y ochavos del moro, cuyo sucio contacto le dejaba los dedos manchados de verdín.

Añade que él fué el que indicó, ó más bien el primero que sacó á la escena los pensamientos y afectos más ocultos del alma, llevando al teatro personajes alegóricos con aplauso y general alegría de los espectadores, y que escribió en este período sobre veinte ó treinta comedias, que fueron representadas sin el acompañamiento de cohombros y otros frutos arrojadizos de la misma especie, pasando sin silbidos, gritos ni alborotos.

Palabra del Dia

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