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Por un lado la necesidad de seguir siempre adelante, y por otro la falta de novedad, que en España se paga siempre muy cara, le iban privando todos los días de algunos céntimos. Con los que traía para casa al retirarse apenas podía introducir en el estómago algo para no morirse de hambre. Su situación era ya desesperada.

Sobre ambos, un farol de gas alumbraba con rojiza luz aquella escena indefinible en que la necesidad desesperada, de un lado y la integridad vacilante de otro, se batían con furor. ¡Dinero y hermosura, sois los dos filos de la espada de Satanás! «Soy pobre repitió Miquis, haciendo un esfuerzo ; vete a París. ¡Augusto!». Augusto sintió cólera.

En todo el camino, hasta la puerta de San Vicente, el fúnebre cortejo fue una sesión ambulante de la Bolsa. Aquellos señores, sin acordarse del motivo que les obligaba a andar por las calles en procesión, hablaban de los negocios, de la fuga de Morte, con gran estallido de fin de mes, y de la desesperada situación de los discípulos del famoso banquero.

Trabose una lucha desesperada en el fondo de su espíritu; el dolor y la vergüenza disputaron palmo a palmo el terreno a la necesidad; las tinieblas que le rodeaban hacían aún más angustiosa esta batalla. Al cabo, como era de esperar, venció el hambre.

, yo soy, hija mía, que vengo a sacarte del convento. Y ¿cómo? ¿Por qué? ¿Para qué? Tu protector conoce, como conozco yo, que no tienes vocación al claustro. Eso importa poco, porque tengo menos vocación al mundo. Tu protector comprende que has entrado aquí desesperada. No lo niego. Quiere que tu suerte sea menos triste. Eso depende de Dios. Pero Dios se vale de los hombres.

Pocas horas después de enviar don Juan a Cristeta su romántica y desesperada carta de despedida, recibió de ella un papelito que traía estas palabras escritas con mano temblorosa: «Juan: Oy mismo a las once de la noche te espero en la plaza de oriente frente a la puerta de Palacio, y si no estás decidido a todo no bayas. Cristeta.» <tb>

Pero de repente se serenó y soltó una carcajada insensata. ¡Vamos, señor! dijo he perdido el tino; en vez de venirme á mi casa, me he venido á otra puerta. Y siguió el corredor adelante. Pero á medida que adelantaba se convencía de que estaba en el corredor de su vivienda. Entonces volvió á sobrecogerle el terror, y se volvió atrás, y volvió á llamar, pero de una manera desesperada.

Ciertamente, muchas veces, en su desesperada angustia, había estado a punto de ceder a la irresistible necesidad de expansión, natural en el que sufre y quiere ser consolado. Y siempre la palabra había expirado en sus labios... ¿Para qué?

Vivaldo, que deseaba ver lo que los papeles decían, abrió luego el uno dellos y vio que tenía por título: Canción desesperada. Oyólo Ambrosio y dijo:

Lo que hace al grevista es la conciencia de sus derechos y la posibilidad de hacerlos valer... Transporte usted la huelga de la industria al matrimonio, y tendrá la palabra de la situación. Entonces exclamó la abuela desesperada, Magdalena es una huelguista... No, todavía no dijo dulcemente el cura, pero tiene tendencias.