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Actualizado: 26 de junio de 2025
Miró a don Víctor a la luz del farol de la escalera y le vio desencajado el rostro; y don Víctor a él le vio tan pálido y con ojos tales que le tuvo un miedo vago, supersticioso, el miedo del mal incierto. Hasta llegar allí, el Magistral no había hablado, no había hecho más que estrechar la mano de don Víctor e invitarle con un ademán gracioso y enérgico al par, a subir aquella escalera.
En uno de los extremos asomaba entre almohadas una cabeza reclinada con abandono. Era un semblante desencajado y anémico. Dormía. Su sueño era un letargo inquieto que se interrumpía a cada instante con violentas sacudidas y terrores. Sin embargo, parecía estar más sosegada cuando al medio día volvió a entrar en la pieza el padre de Florentina, acompañado de Teodoro Golfín.
La marquesa se adelantó entonces, y sin asco ni temor apretó entre las dos suyas aquellas manos sudorosas. ¡María!... ¡María!... exclamaba Diógenes. ¿Qué es eso, Perico?... ¿Qué es eso, hombre? decía ella dulcemente, inclinando su rostro lleno de lágrimas sobre el desencajado del viejo.
Carmen manifestó la sorpresa que le causaba aquel regreso, tan imprevisto por ella como lo fué la partida de su amigo; le encontraba el semblante desencajado y todo el aspecto de fatiga y ansiedad.
Una mañana, Felicita entró en la zapatería de Apolonio, cosa acostumbrada; pero aquel día, la solterona llevaba desencajado el rostro, con expresión que pretendía ser colérica, y, sin embargo, dejaba recelar un placer oscuro. «¿Qué tripa se le habrá roto a esta vieja vestal?» pensó Apolonio.
Afeábase su hermosura por lo desencajado y lo amarillo del semblante, y estaba, en fin, tal, que todo había que temerlo de ella, ya contra sí se volviese, ya contra los que eran la causa de aquella desventura horrible en que se encontraba.
Continuaba desencajado, contraído, fuera de sí. Bastaba ver su semblante para comprender su situación. ¡Mi dinero! ¡mi mujer! Esta era la exclamación que de tiempo en tiempo se escapaba de sus labios.
Si le he matado dijo el cocinero en una de sus frecuentes salidas de tono , ha sido sin querer... os lo juro... llevaba yo la daga por delante... la noche era muy obscura... ¡Mentís! dijo el bufón mirando profundamente al cocinero, cuyo semblante estaba desencajado ; ¡mentís tan descaradamente, como villanamente habéis muerto al sargento mayor!
El maníaco marqués estaba tan tembloroso, tan desencajado y lívido como si sobre él pesase una terrible desgracia. Su confusión y dolor se aumentaron cuando Amparo le ordenó marcharse. No convenía que le viese Salabert allí. Rogó con los mayores extremos que le permitiese aguardar el fin de la aventura; pero fué en vano.
Es un susto puramente moral. ¡Bueno! exclamó en actitud vacilante, sonriendo también. No sé qué será... Voy a concluir. En los breves instantes que duró la operación tuvo tiempo a perder todo el valor que había mostrado. De suerte que cuando D.ª Carolina se bajó de la silla, con la misma ligereza que una niña, y se volvió, encontrose con un hombre desencajado, tembloroso, que daba pena mirarle.
Palabra del Dia
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