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Actualizado: 18 de noviembre de 2025
Los admiradores de éste le oían con los ojos muy abiertos y las narices palpitantes de emoción. ¡Qué dicha! Ser verro, haber ganado la celebridad y el respeto matando a un enemigo en las sombras de la noche, y a cambio de esto, ocho años en Niza, lugar de delicias y honores. ¡No tendrían ellos tanta suerte!...
Estas parecen las delicias de la concepción. ¡Oh, la música así, como esa, con esa voz, me vuelve casi loco! Sí, sí, disparatado era todo aquel pensar; pero, ¡cómo llenaba el alma!
Cuando se trocaban los papeles, cuando ella era la perseguidora y a mí me correspondía el ser cogido, se duplicaban las inocentes y puras delicias de aquel juego sublime, y el paraje más obscuro y feo, donde yo, encogido y palpitante, esperaba la impresión de sus brazos ansiosos de estrecharme, era para mí un verdadero paraíso.
El lugar donde se construyeron las Delicias fué en un tiempo árido campo, inmediato al cual estaba aquella casa de placer donde un día sesteó Felipe II, llamada de la Bella Flor, y que dió nombre al otro paseo de la orilla del río, que bien merece capítulo aparte.
La señora Angustias recordaba con orgullo los días de gran fiesta, cuando Juan la hacía ponerse el pañolón de Manila, la mantilla de casamiento, y llevando los niños por delante marchaba a su lado, con blanco sombrero cordobés y bastón de puño de plata, dando un paseo por las Delicias, con el mismo aire de una familia de comerciantes de la calle de las Sierpes.
Vivía en un hotel antiguo, cerca del bulevar de los Italianos, por haberlo admirado en otros tiempos como un lugar de paradisíacas delicias, cuando era estudiante de escasos recursos y estaba de paso en París; pero las más de sus comidas las hacía con Torrebianca y su mujer. Unas veces eran éstos los que le invitaban á su mesa; otras los invitaba él á los restoranes más célebres.
Y mezclados con ellos, abrumándoles con la importancia de su pasado, los veteranos del arte, los que hicieron las delicias de una generación casi desaparecida: tenores con canas y dientes postizos; viejos fuertes y arrogantes que tosen y ahuecan la voz para hacer ver que aún conservan la sonoridad del barítono; gente que pone en movimiento sus ahorros, con esa tacañería italiana comparable únicamente a la codicia de los judíos y presta dinero o abre tienda después de haber arrastrado sedas y terciopelos sobre las tablas.
31 ¿Detendrás tú por ventura las delicias de las Pléyades, o desatarás las ligaduras del Orión? 32 ¿Sacarás tú a su tiempo los signos de los cielos, o guiarás el Arcturo con sus hijos? 33 ¿Supiste tú las ordenanzas de los cielos? ¿Dispondrás tú de su potestad en la tierra? 34 ¿Alzarás tú a las nubes tu voz, para que te cubra muchedumbre de aguas?
La existencia no era para ella una sucesión de delicias. Graves deberes la obligaban á mirar las cosas con seriedad. Era pobre: debía mantener y educar á sus hermanos. Yo me casaré con usted dijo Martínez con un tono dramático, como si arrostrase el mayor de los peligros . Comprenderá usted que he pensado en eso antes de hablarla.
Cuando mi madre me llamó un día, y después de darme dos palmetazos porque tenía las manos manchadas de tinta, me dijo que había determinado casarme, sentí mucha alegría, y al volver a mi cuarto rompí todas las planas de escritura, diciendo a D. Paco que yo era un hombre y no me daba la gana de obedecerle. A todas horas pensaba en mi mujercita y en las delicias del matrimonio.
Palabra del Dia
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