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Actualizado: 18 de noviembre de 2025
La tarde era ideal, tan pura y diáfana como las del mes de agosto, y menos calurosa, por cuanto ya habíamos entrado en el mes de septiembre. Seguimos el paseo de las Delicias, a la orilla del río. Había bastante gente a pie y en carruaje. El conde era muy saludado. No tardamos en salir del paseo y entrar en la carretera que conduce a Tablada, donde los toros se hallaban.
Era el primer momento de tranquilidad y alegría que había tenido el joven en algunos días. El antiguo hotel con sus habitaciones grandes, de alto techo; sus corredores en discreta penumbra y su calma conventual, le parecía un lugar de delicias, un ameno retiro en el que se consideraba libre ya de las murmuraciones y luchas que le habían oprimido como un círculo infernal.
Recibiéronle y tratáronle con tierno afecto, dándole de buena gana parte de su pobreza y regalándole con algunas frutas silvestres, que eran las delicias de más precio que tenían en aquellas miserias. Suplicáronle se quedase con ellos y no los abandonase en medio de tanta aflicción, prometiendo levantarle iglesia y casa y proveerle de lo necesario para su sustento.
El telar estaba allí, y el tejido y el dibujo creciente de la tela; pero el brillante tesoro del escondite ya no estaba bajo sus pies; la perspectiva de palparlo y de contarlo no existía ya; la noche no tenía ya sus visiones de delicias para calmar los deseos ardientes de aquella pobre alma.
Aquello fue como si un rayo me hiriera en la cara, pues sentí con qué delicias mi corazón acariciaba esas cartas. «¿Qué no daría ella por una de estas hojas?» me dije en seguida. «Ella que comienza a dudar del amor de Roberto, que lucha con la angustiosa idea de que, si no ha venido, es únicamente porque quiere arrancarla de su corazón.»
Un día entero gastó en pasar una fragosa montaña, con grande trabajo y riesgo, no de los indios acostumbrados á trepar fácilmente por las peñas, sino del Padre; y siéndole preciso hacer alto á la falda, no halló con qué desayunarse; por lo cual un cristiano, de nación Manacica, movido de compasión, quiso componerle unas yerbas que eran las delicias de sus dioses, mas por mucho que estuvieron al fuego, jamás se pudieron cocer.
5 Ahora, la que en verdad es viuda y sola, espera en Dios, y es diligente en súplicas y oraciones noche y día. 6 Pero la que vive en delicias, viviendo está muerta en vida. 7 Manda, pues, esto, para que sean sin reprensión. 8 Pero si alguno no tiene cuidado de los suyos, y mayormente de los de su casa, la fe negó, y es peor que el que no creyó.
De pronto, una primera ráfaga nocturna, desviando hacia atrás la densa humareda, dejó ver la cabeza de Aixa colgando del madero cual espantoso fruto de pesadilla. Ante aquella visión Ramiro experimentó en toda su carne un estremecimiento profundo e imprevista congoja le contrajo la garganta al recordar las bellezas y delicias del precioso cuerpo que el fuego acababa de destruir.
Esta avenida se encontraba limitada en sus dos extremidades por muros muy elevados contra uno de los cuales habíase puesto un blanco, y en frente, al otro lado, un asiento rústico; era nuestra alameda, en fin, un lugar particularmente retirado y solitario que hacía las delicias de la mujer del pintor.
Por dicha no es esto lo común: lo común es ser tonto a medias. Cuando alguien gasta en palabras su discreción, enamora a las gentes y hace las delicias de las tertulias; pero, consumida toda su discreción en objetos de lujo, sólo tontería le queda para los negocios que debieran importarle.
Palabra del Dia
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