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Actualizado: 30 de abril de 2025
Debo aquí advertir, que para hacer buen uso de estas reglas, se han de considerar como he dicho todas las calidades del Autor, cuyos escritos se pretenden averiguar; y no basta gobernarse por solo el estilo, como hacen algunos, porque no es dudable, que los Autores suelen variar mucho los estilos, y un mismo sugeto escribe de un modo en la juventud, y de otro en la vejez, cosa que ya observó Sorano, antiguo Escritor de la vida de Hippócrates, en las obras de este insigne Médico; bien que como los estilos siguen los genios y natural de los Escritores, duran aquellos al modo de estos toda la vida.
La marquesa, cuyos males la impedían entregarse por entero a los rigores de la pesadumbre que le correspondía por la muerte de su padre, se asombraba de las lágrimas y de las tristezas de su hija, y la conjuraba, en frase dura y seca casi siempre, a que se volviera a lo suyo, «dejándose de gazmoñerías sentimentales, que ya chocaban a las gentes».
Impresionado por el lúgubre relato que acababa de oír, intenté reconstruir con la imaginación el pobre buque difunto y la historia de esta agonía cuyos únicos testigos fueron las aves goletas.
Y, aunque era de las enjalmas y mantas de sus machos, hacía mucha ventaja a la de don Quijote, que sólo contenía cuatro mal lisas tablas, sobre dos no muy iguales bancos, y un colchón que en lo sutil parecía colcha, lleno de bodoques, que, a no mostrar que eran de lana por algunas roturas, al tiento, en la dureza, semejaban de guijarro, y dos sábanas hechas de cuero de adarga, y una frazada, cuyos hilos, si se quisieran contar, no se perdiera uno solo de la cuenta.
Si tamañas desventuras se tomasen por lo serio, sería cosa de deshacerse en un mar de lágrimas, de morirse de pena y de terror entre convulsiones horribles, y de aborrecer toda vida, y más que ninguna la sardanapalesca, á que se entregaron estos vates ilustres, y cuyos funestos resultados estamos tocando.
Con la ayuda de los acerados dientes de los aparatos automáticos de Toselli, que á prevención llevábamos, arrancamos varias madréporas, cuyos brillantes colores desaparecían tan luego dejaban de ser acariciadas por las revueltas madejas de sus hermanas las marinas algas.
El dictador, además, si ha de valer para fundar algo, ha de ser el instrumento, el apoderado de una gran parte de la nación, cuyos mandatos ha de cumplir con la fuerza que la misma nación pone en sus manos para que los cumpla.
En cambio, la doctrina de los jesuítas Salmerón y Lainez, vencedora en Trento, diviniza al mundo y al hombre, revelando y haciendo resplandecer la justicia de Dios en la fe del hombre y en sus buenas obras, cuyos méritos elevan á la gracia.
Hiciéronse las escavaciones con felicidad, y salió á luz un soberbio palacio, cuyos fundamentos se internaban en el agua sobre un sólido cimiento de argamasa puesto segun el arte de los antiguos.
Se puso el menos viejo de sus ponchos, de color de mostaza, y un sombrero enorme, por debajo de cuyos bordes se escapaba una melena lacia é intensamente negra, uniéndose á sus barbas de Nazareno. La silla de montar tenía á ambos lados unas alas fuertes de correa, llamadas «guardamontes», para librar las piernas del jinete de los arañazos y golpes de los matorrales.
Palabra del Dia
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