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Genios ignorados de los demas, y de mismos. ¡Cuán pocos son los profesores dotados de esta preciosa habilidad! Y ¿cómo es posible que los haya en el lastimoso abandono en que yace este ramo? ¿Quién cuida de aficionar á la enseñanza á los hombres de capacidad elevada? ¿Quién procura fijarlos en esta ocupacion, si se deciden alguna vez á emprenderla?

El Rey no lo perdonaría nunca balbuceé. ¿Pero somos mujerzuelas o qué? ¿Quién se cuida de que el Rey perdone o no? Medité profundamente, y en la habitación no se oía otro rumor que el tic-tac del reloj, cuyo péndulo osciló cincuenta, sesenta, setenta veces; por fin mi rostro debió reflejar mis pensamientos, porque de repente el viejo Sarto asió mi mano y exclamó conmovido: ¿Irá usted?

995 Y digo, aunque no me cuadre decir lo que naides dijo: la provincia es una madre que no defiende a sus hijos. 996 Mueren en alguna loma en defensa de la ley, o andan lo mesmo que el güey, arando pa que otros coman. 997 Y he de decir ansí mismo porque de adentro me brota que no tiene patriotismo quien no cuida al compatriota.

Quintanar es feliz. ¡Y es tan bueno! ¡Cómo me cuida! ¡qué agasajos, qué mimos! Parece otro. Piensa más en que en la marquetería. ¡Pasa días enteros sin serrar nada! No hay alma que no tenga su poesía en el fondo. Su alegría es demasiado bulliciosa, pero es sincera. Yo no podría vivir aquí sin él.

Hay un recodo matizado de verde por dos o tres huertecillas de coles, el cual sirve de unión entre la plaza de las Peñuelas y la Arganzuela. En este recodo el transeúnte cree encontrarse lejos de toda vivienda humana. Sólo hay allí una choza guardada por un perro, dentro de la cual un individuo, al modo de gitano, cuida los plantíos de coles.

Se conoce que cuida mucho sus manos y que tal vez pone alguna vanidad en tenerlas muy blancas y bonitas, con unas uñas lustrosas y sonrosadas, pero si tiene esta vanidad, es disculpable en la flaqueza humana, y al fin, si yo no estoy trascordado, creo que Santa Teresa tuvo la misma vanidad cuando era joven, lo cual no le impidió ser una santa tan grande.

Aquel paraíso terrestre estaba cerrado por un seto de cactus y de áloes, formidable defensa si se cuida de ella, pero la infranqueable barrera había caído en tres o cuatro sitios y la delicada librea de Mantoux podía saltar sin peligro al recinto prohibido. El 26 de septiembre, hacia las cuatro de la tarde, aquel melancólico bribón pensaba en su desgracia franqueando la valla.

El Padre desde entonces cuidaba de su cuerpo como cuida el esclavo de una prenda, de una máquina que su señor le confía, a fin de que sirviéndose de ella haga que la hacienda prospere.

Vivos parecen, con sus trajes de cuero de flecos y galones, y sus sombreros anchos con trenzado de plata y oro, y su zarape al hombro, de seda de color, vivos como si fueran a montar a caballo, los maniquíes del estanciero rico, del joven elegante que cuida de su hacienda, y sabe «voltear» un toro.

Vivo mejor que en la mísera pensión de Londres, donde pasé mi juventud de empleado; eso es todo. ¿Y tu mujer? ¿Y Cristina? ¡Mi mujer! dijo el millonario con amargura: yo no tengo mujer: sólo tengo una patrona, muy santa, muy virtuosa, que cuida de mi vida material, y hasta se inquieta algo cuando me ve enfermo.