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Actualizado: 29 de junio de 2025
Extendíase al frente el prado, verde, risueño, lleno de luz y de alegría, con una fuentecilla alegre y bullidora que por cuatro caños murmuraba; a la izquierda, alzábase la majestuosa mole del Colegio, adelantando el soberbio pórtico de su iglesia como adelantaría un soldado de Cristo el fuerte brazo mostrando un crucifijo, elevando la grandiosa cúpula como elevaría al cielo la frente, buscando allí la fortaleza, el impulso, la luz.
Al acercarnos, la madre me saludó con sonrisa afectuosa: yo me incliné, tomé el crucifijo que pendía de su cintura y lo besé. La monja sonrió aún con más afecto y expresión de bondadosa simpatía. Seamos claros.
Se siguen las ceremonias del culto por rutina, porque hablan a la imaginación, pero nadie se toma el trabajo de conocer el fundamento de las creencias que profesa; se acepta todo sin reflexionar; se vive a gusto, con la seguridad de que a última hora basta morir entre sacerdotes, con un crucifijo en la mano, para salvar el alma.
Y al prometerle que viviría mucho tiempo y que ya no sufriría, miró con ternura al crucifijo de marfil que tenía sobre la cabecera de su cama y dijo con una alegría dulce y confiada: El Señor me debía eso; ya he pasado el purgatorio. En poco tiempo recobró las fuerzas, y no tardó en florecer la juventud en sus mejillas. Se habría dicho que la Naturaleza se apresuraba en adornarla para la dicha.
Su frente calva y su barba luenga y blanquísima le daban muy venerable aspecto. Sobre la mesa, además de la lámpara, había recado de escribir, un crucifijo de metal sobre una cruz de ébano, varios libros manuscritos e impresos y una calavera. Cuando entró Fray Miguel, el Padre Ambrosio le indicó para que se sentase un sillón de brazos, al otro lado de la mesa y enfrente al que él ocupaba.
El doctor pasó la noche en un cuarto de paredes enjalbegadas cubiertas de estampas de santos, y con un crucifijo sobre la cama. La hospedería era como una antesala del convento. A las seis de la mañana salió del pueblo, siguiendo el camino recto que atravesaba con geométrica rigidez el valle de Loyola.
A la mañana siguiente pidió una cruz, a pesar de que había en el cuarto un crucifijo de relieve y tenía otro junto a su cama; quería tener otro en sus manos para besarlo continuamente.
Añadese que el Rey, arrepentido o satisfecho de sus amores regaló a las monjas de San Plácido un reloj que tocaba a muerto cada cuarto de hora, y que el mismo soberano o el protonotario Villanueva encargaron a Velázquez el Crucifijo que las monjas pusieron en la sacristía.
Allá en el fondo entre las camas de los esposos pendía un crucifijo. En uno de los paseos los ojos de don Germán tropezaron con él. Quedó inmóvil, clavado al suelo, los ojos fijos en aquella imagen sangrienta. ¿Cuánto tiempo estuvo así? ¿Una hora? ¿Un minuto? Jamás pudo él mismo saberlo. Al fin dejó escapar un suspiro, se tapó el rostro con las manos y cayó de rodillas sollozando.
La marquesa pidió un crucifijo, y poniéndoselo delante, díjole que hiciera ante él examen de conciencia, en tanto que llegaba el padre; tomólo Diógenes con ambas manos y besólo devotamente, mas dejólo caer a poco sobre la colcha, llorando desconsolado. ¡Si no sé, María!... ¡Si no me acuerdo!... No te apures, hombre, yo te enseñaré en un momento...
Palabra del Dia
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