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Actualizado: 16 de junio de 2025
La joven Adela era, sin duda alguna, de las picantes: hermosa a sabiendas suyas, y con una conciencia de su belleza, acaso harto pronunciada, sus padres habían tratado de adornarla de todas las buenas cualidades de sociedad; la sociedad llama buenas cualidades en una mujer, lo que se llama alcance en una escopeta y tino en un cazador; es decir, que se había formado a Adela como una arma ofensiva con todas las reglas de la destrucción: en punto a la coquetería era una obra acabada, y capaz de acabar con cualquiera muy poco sensible; en realidad, podía fingir admirablemente todo ese sentimentalismo, sin el cual no se alcanza en el día una sola victoria; contaba con una languidez mortal; le miraba a usted con ojos de víctima expirante, siendo ella el verdugo; bailaba como una sílfide desmayada; hablaba con el acento del candor y de la conmoción; y de cuando en cuando un destello de talento o de gracia venía a iluminar su tétrica conversación, como un relámpago derrama una ráfaga de luz sobre una noche obscura.
Entretanto, vivía doña Luz en el caserón de don Acisclo, donde tenía holgada e independiente habitación, y donde había traído, para adornarla, sus más bonitos y preciosos muebles y sus libros mejores. En pago de esta hospitalidad, hacía aceptar a don Acisclo, por más que éste se había resistido, más de la mitad de sus rentas, o sea 8.000 reales al año.
Y al prometerle que viviría mucho tiempo y que ya no sufriría, miró con ternura al crucifijo de marfil que tenía sobre la cabecera de su cama y dijo con una alegría dulce y confiada: El Señor me debía eso; ya he pasado el purgatorio. En poco tiempo recobró las fuerzas, y no tardó en florecer la juventud en sus mejillas. Se habría dicho que la Naturaleza se apresuraba en adornarla para la dicha.
En cuanto se levantó comenzó a hacer sus preparativos de tocado, aunque la ceremonia nupcial no había de celebrarse hasta la tarde en su propia casa. Se hizo venir para que la peinase a Mr. Gaston, famoso peluquero de la corte, y acudieron a adornarla dos oficialas de Mme. Verlet, la gran modista. No se perdonó gasto alguno para que la ceremonia se celebrase con inusitada pompa y suntuosidad.
Esperad, esperad dijo el tío Manolillo ; voy á daros la confitura que debéis adornar con ese lazo; es una pera bergamota, una hermosa pera; tomad. Y desenvolvió de un papel que tomó de sobre una mesa una magnífica pera confitada. Montiño tomó la pera con la misma repugnancia que había tomado el lazo, y fué á adornarla con él.
Palabra del Dia
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