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Actualizado: 29 de octubre de 2025
Si este libro ha de ser un relato ingenuo o confesión de mi vida, debo declarar que al inclinarme para besar el crucifijo de metal no creo haber obrado solamente por un impulso místico; antes bien, sospecho que los ojos negros de la hermana joven, atentamente posados sobre mí, tuvieron parte activa en ello. Sin darme tal vez cuenta, quería congraciarme con aquellos ojos.
Una semana hace que mató á mi hermano alevosamente, perseguíle con otros vecinos míos y acosado de cerca se refugió en el monasterio de San Juan. El reverendo prior no quiso entregármelo hasta que hube jurado respetar la vida de este asesino mientras tenga en la mano el crucifijo que le dió en prenda de asilo.
Lleváronse a la niña; la marquesa y el jesuita se arrodillaron y comenzaron a rezar la recomendación del alma; a las once menos cuarto, sin ningún estremecimiento, sin verdadera agonía, sin soltar de las manos el crucifijo, abrió un poco la boca y expiró.
«Todopoderoso» prosiguió Diógenes; y terminó lentamente y en alta voz el símbolo de la fe, besando luego con grande afecto el crucifijo. Entreabrióse a poco la puerta y asomó la cabeza del fondista, diciendo que dos padres de Loyola habían llegado. La marquesa quiso levantarse para salir a su encuentro; mas Diógenes, con gran sobresalto, apresuróse a decir: ¡María..., no te vayas!
Los últimos momentos, decía, fueron tan dulces como apacibles; no sufrió un solo minuto de agonía; algunos instantes después de haberme yo retirado, dijo a la asistenta: «¿Por qué no os acostáis?» Ella entonces hizo ver que la complacía, ocultándose detrás de la cama; desde allí pudo observar perfectamente cómo besaba Susana el pequeño crucifijo; luego oyó algunos suspiros, más profundos que los anteriores; fueron los últimos... Serían como las diez, pero las sirvientas acordaron no decir nada en toda la noche, puesto que la pobre Susana ya para nada necesitaba nuestros consuelos, estando, como debía estar, en la mansión de los justos.
Encontré por fortuna un pequeño crucifijo de plata, tal como ella deseaba, y desde este momento, hasta el de su muerte, lo tuvo entre sus manos, besándolo a cada paso y elevando sus ojos al cielo; antes de tomar alguna medicina hacía la señal de la cruz y a cada instante me pedía que rogara por ella; yo decía cuantas frases piadosas Dios me inspiraba, leyendo las oraciones que me parecían más consoladoras.
Sobre la alfombra, a los pies del lecho, había una piel de tigre, auténtica. No había más imágenes santas que un crucifijo de marfil colgado sobre la cabecera; inclinándose hacia el lecho parecía mirar a través del tul del pabellón blanco. Obdulia, a fuerza de indiscreción, había conseguido varias veces entrar allí. «¡Qué mujer esta Anita!
Encendió una cerilla y entonces vió en el tabique de la cabecera que en otros tiempos había sido blanco, un crucifijo y varias estampas de colores, representando generales contemporáneos, con el ros calado y el pecho cubierto de bandas y cruces, héroes de la guerra que se habían cubierto de gloria entregando territorios al enemigo ó fusilando en masa á indígenas indefensos.
Guardo el pequeño crucifijo que tuvo en sus manos últimamente y recibió sus postreros besos; yo venero y beso de continuo esta santa reliquia, que llevaré conmigo hasta la huesa.
Francamente, con todas esas riquezas y vuestros recuerdos de niña, ¿envidiaríais la suerte de la camarera mayor de la reina de todas las Españas? Pues, no obstante, una joven está allí sola; el crucifijo, la mesita, la reja, la cama, el perfume dulce y tenue, todo lo tiene; pero ella no mira ni la pradera, ni el baile, ni el sol que se oculta resplandeciente.
Palabra del Dia
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