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Actualizado: 18 de mayo de 2025
Al fin el arriero le dice: «Vea ahí... abajo..., entre los pastos...» Y, en efecto: fijando la vista en el suelo, y a corta distancia, vense asomar una, dos, tres, diez cruces seguidas de cúpulas y torres de los muchos templos que decoran esta Pompeya de la España de la Edad Media.
Hombres secos y taciturnos, de afeitada boca monástica y aludo sombrero, contemplaban el desfile de los señores, apoyados en sus varas de respeto o en el cogote de los borricos. Las mujeres hablaban alegremente. Las más acaudaladas traían mandiles de relumbrón, y casi todas, collares de coral, pendientes mudéjares y plateadas cruces y medallas que semejaban ex-votos de camarín.
En efecto, al llegar a ella la hermana se detuvo; yo me adelanté hacia la pila del agua bendita, la tomé con los dedos y se la ofrecí. La monja se dignó mirarme entonces, y sonriendo levemente de un modo compasivo dijo: Gracias, no podemos. Y al mismo tiempo sumergió su mano en la pila y se hizo después varias cruces. Luego se arrimó a la pared, diciéndome: Pase usted.
Mientras tanto, los ojos saltones de su camarada le miraban con tal expresión amenazadora que parecía que iban a brincar de las órbitas y lanzarse sobre él; crecían por momentos como los de una langosta. ¿Y por qué de patatas guisadas? Yo tengo tantos hígados como usted, ¡porra! y lo he probado en la acción de Orduña y en la de Unzá, y por algo tengo en mi casa seis cruces.
En todas estas procesiones asisten los indios con pequeñas cruces en las manos, y las indias con cruces o bustos pequeños de cualquiera santo o vocación; algunas llevan entre sus brazos dos o tres de ellos, pero todos asisten con mucha modestia y veneración.
No tenemos entre todas un cuarto dijo doña Clara , ¿y pedís veinte y dos maravedís? Andad, Contreras, que siempre fuistes impertinente. Una doncella de las presentes, viendo la esterilidad de la casa, dijo a Preciosa: Niña, ¿hará algo al caso que se haga la cruz con un dedal de plata? Antes respondió Preciosa se hacen las cruces mejores del mundo con dedales de plata, como sean muchos.
Hacía que bostezaba, adrede, sin tener gana, por mostrar los dientes y hacer cruces en la boca. Al fin, toda la casa tenía ya tan manoseada que enfadaba ya a sus mismos padres. Hospedáronme muy bien en su casa, porque tenían trato de alquilarla, con muy buena ropa, a tres moradores: fui el uno yo, el otro un portugués, y un catalán. Hiciéronme muy buena acogida.
Razón tenía usted en decir que me iba a dar un susto. ¡Ave María Purísima! ¡Quién había de pensar!... Y por algunos momentos no dejó de hacerse cruces y proferir exclamaciones. Repuesta al fin un poco, llamó a Carlota. ¡Niña, no seas ridícula, ven aquí! Y en voz baja añadió: ¡Pobrecilla! La ha puesto usted en un apuro. Vino Carlota hecha una rosa de Alejandría por lo roja y por lo hermosa.
No tardó en oirse el prolongado murmullo de todas aquellas preces, dichas con singular recogimiento por arqueros, marinos y hombres de armas tan devotos como valientes. Muchos de ellos sacaron cruces y reliquias que besaron fervientemente, tendidos sobre cubierta y sin mostrarse al enemigo.
En el interior se veian numerosos y humildísimos sepulcros casi á flor de tierra, en medio de los cuales se destacaban innumerables cruces negras coronadas de guirnaldas, y con hojas negras de laton en que se veian en letras blancas ó amarillas los nombres de los que reposaban en la paz de la inmortalidad.
Palabra del Dia
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