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Actualizado: 18 de mayo de 2025
Aquel señor vestido como un hombre del campo, rudo centauro de zajones y fuerte garrocha, era un ilustre personaje que podía cubrirse el pecho de bandas y cruces y vestir en el palacio de los reyes una casaca llena de bordados con una llave de oro cosida a un faldón.
Pero se burlaba de los castigos lo mismo que de las hermanas. Muchas veces le imponían por penitencia entrar en todas las clases, hincarse de rodillas en medio de ellas y hacer algunas cruces en el suelo con la lengua. No le importaba. Al contrario, lo que hacía era excitar la risa de las otras niñas con sus muecas. Quise saber algo de la madre Florentina.
El 22 de enero por la tarde entró en Córdoba el obispo D. Alonso y se dirigió en derechura á la iglesia, donde fué recibido con todas las cruces á la puerta del Perdon, y despues de haber jurado guardar los Estatutos y costumbres de la misma, fué conducido cantando el Te-Deum á la capilla mayor, donde oró y dió a todos la bendicion.
Y decía el obispo-madre: Sí, señora Marquesa, no se haga usted cruces, Anita está resuelta a dar este gran ejemplo a la ciudad y al mundo.... Pero Quintanar... no lo consentirá... Ya ha consentido... a regañadientes, por supuesto. Ana le ha hecho comprender que se trataba de un voto sagrado, y que impedirle cumplir su promesa sería un acto de despotismo que ella no perdonaría jamás....
¿Pero qué ha hecho? exclamó doña Paulita, la santa. Elías contó la aparición del militar en su casa; contó los antecedentes peligrosos de Clara, su deseo de parecer bien, la compra de las flores, las composiciones del vestido, y las tres damas comenzaron á hacer aspavientos. Salomé entonó un sermón, y doña Paulita se hizo cuatro cruces desde la frente al estómago y desde un hombro á otro.
Fuese llegando la visión, y, cuando llegó a la mitad del aposento, alzó los ojos y vio la priesa con que se estaba haciendo cruces don Quijote; y si él quedó medroso en ver tal figura, ella quedó espantada en ver la suya, porque, así como le vio tan alto y tan amarillo, con la colcha y con las vendas, que le desfiguraban, dio una gran voz, diciendo: ¡Jesús! ¿Qué es lo que veo?
Y, sin detenerse un punto, tornó a subir el fraile, todo temeroso y acobardado y sin color en el rostro; y, cuando se vio a caballo, picó tras su compañero, que un buen espacio de allí le estaba aguardando, y esperando en qué paraba aquel sobresalto; y, sin querer aguardar el fin de todo aquel comenzado suceso, siguieron su camino, haciéndose más cruces que si llevaran al diablo a las espaldas.
Apaciguose el doctor y dijo: Todo eso está bien y es cierto; pero no impide que yo, por culpa suya, llegue tarde; los buenos puestos ya están tomados, y distribuidas las cruces. Vamos a ver, ¿dónde está el general, para presentarle mis quejas? Soy yo. ¡Oh!, ¡oh! ¿De veras? Sí, doctor, yo soy, y le nombro nuestro médico mayor. ¡Médico mayor de los guerrilleros de los Vosgos! ¡Bien; eso me agrada!
Luego que Salvador se fue, D. Felicísimo escribió una carta en cuyo sobre, después de trazar tres cruces, puso: A la Señora Doña María de la Paz Porreño, calle de Belén.
Reinando Isabel I, un Tumbaga ideó poner cruces en las torres de la Alhambra. Bajo Carlos de Gante, cuando la nobleza castellana se hizo de turbulenta cortesana y de independiente palaciega, trocando hierros y armaduras por rasos y brocados, un Tumbaga fue el primero que se presentó en la corte llevando sobre los guantes de gamuza las armas de su escudo bordadas con sedas de colores.
Palabra del Dia
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