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Actualizado: 18 de mayo de 2025
Llevaba cada una un cestito de flores, hacían una escobilla con los hierbajos secos, limpiaban el suelo de las lápidas en donde estaban enterrados los muertos de su familia y adornaban las cruces con rosas y con azucenas.
Cogióle la razón de la boca Sancho, y prosiguió diciendo: ¡No, sino lléguense a hacer burla del mostrenco, que así lo sufriré como ahora es de noche! Traigan aquí un peine, o lo que quisieren, y almohácenme estas barbas, y si sacaren dellas cosa que ofenda a la limpieza, que me trasquilen a cruces.
Al tiempo de llegar Pepe, se marchaban dos señoras con una niña: era la última educanda que salía. Allí permaneció solo unos minutos, nervioso, contrariado, sin poder estarse quieto y mirando hacia las ventanas, donde los barrotes de hierro cortaban con cruces negras la claridad del espacio, en que la luz iba faltando.
Lo vió sin uniforme, sin sus cruces y sus heridas, tal como debió ser antes de la guerra: un pobre empleadillo, un dependiente de comercio, que nunca había puesto sus ilusiones amorosas más allá de una modista ó una dactilógrafa... ¡Y éste era el personaje interesante que se erguía enfrente de él!... ¡Tiempos intolerables!
Ven acá, necio, ¿para qué quiero yo ahora tierras ni prados? ¿No sabes que ya no tengo á quién dejarlos? ¿No sabes que esta misma casa se halla destinada á servir de nido á los pájaros? Y tanto se exaltaba que el campesino marchaba haciendo cruces y decía á sus amigos que el capitán no estaba enteramente bueno de la cabeza.
Las cruces de madera se habían podrido. No había más testimonio de que tal recinto era mansión de los muertos, que dos calaveras incrustadas en la pared a entrambos lados de la puerta. Por cierto que estas calaveras, no produjeron una impresión grata en don Rudesindo. En don Pedro no sabemos; pero puede sospecharse que no sería más favorable.
Contrajo sus párpados para ver mejor, y al fin, junto al borde de una nube, distinguió una especie de mosquito que brillaba herido por el sol. En los breves intervalos de silencio se oía el zumbido, tenue y lejano, denunciador de su presencia. Los oficiales movieron la cabeza: «Franzosen.» Desnoyers creyó lo mismo. No podía imaginarse las dos cruces negras en el interior de sus alas.
Le decía... «Ramona, te amo». ¡Ave María! ¡A una sardinera! exclamó la niña riendo también y haciéndose cruces. ¡Si vieras con qué voz temblorosa lo decía, y cómo ponía los ojos en blanco!... Aquí está Piscis, que también lo oyó... Piscis dejó escapar un gruñido corroborante.
Ahora, en cambio, le parecía cumplir con una obligación pueril, superflua. Sentía una especie de fría hostilidad en las caras de las imágenes y en el brillo de las cruces doradas. Sin hacer mayor memoria de pecados, respondió brevemente a cada pregunta que oía musitar al sacerdote. Iba a levantarse, cuando sin saber por qué murmuró: Padre, me olvidaba decirle que me caso por casarme.
A veces seguía á campo traviesa, de un grupo de cruces á otro, aplastando con la huella de sus neumáticos los surcos abiertos por la labranza. Tumbas... tumbas por todos lados. Las blancas langostas de la muerte cubrían el paisaje. No quedaba un rincón libre de este aleteo glorioso y fúnebre.
Palabra del Dia
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