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Actualizado: 11 de noviembre de 2025


Poco: diré a Vd. francamente, soy yo quien no gusto de comer carne; y como mis pobres feligreses se han acostumbrado por simpatía a amoldarse a mis gustos, ellos también van quitándose la costumbre, sin que por eso les diga yo sobre ello una sola palabra. Por eso verá Vd. también en el pueblo relativamente pocas aves de corral.

Sus verdes ojos brillaban con reflejos metálicos como agudos puñales, y su boca, descolorida por la emoción, contraíase, lanzando, por la fuerza de la costumbre, por el instinto del esfuerzo, su grito de guerra, un ¡hojotoho! desgarrado, salvaje, que conmovió la calma del huerto, estremeciendo a las aves de corral, que corrieron asustadas por los senderos.

Parecía que toda aquella muchedumbre hubiese marchado sobre ella; creía haber recibido millones de golpes. El instinto la llevó hacia su barrio, caminando con lentitud, arrastrando casi los pies. Pero á pesar de esta fatiga, juntó su voz á las aclamaciones de todos los grupos que encontraba al paso. La necesidad de descansar y la costumbre la hicieron meterse en la taberna.

No estaba Gloria en el patio, donde se hallaban reunidos: pero tampoco vi a Isabel, y supuse que las dos se habían juntado en las habitaciones interiores. Tardaron poco, en efecto, en presentarse. No me dirigió una mirada. Estaba grave, contra su costumbre. Vestía un traje de color rojo con encajes blancos, ligero y de poco valor, que le sentaba de perlas.

Su voz despertaba ecos en el inmenso porche, más silencioso que de costumbre por la calma en que estaban las calles; y a pesar de que las gallinas y las palomas picoteaban en torno de él, quitando grandeza a la escena, don Juan parecía un personaje bíblico, un profeta desesperado gimiendo lamentaciones ante las ruinas de la ciudad amada.

Güenos días nos Dió, señó Juan dijo con la grave cortesía del campesino andaluz. Güenos días. ¿La familia güena, señó Juan? Güena, grasias. ¿Y la de usté? preguntó el espada, con el automatismo de la costumbre. Creo que güena también. Hase tiempo que no la veo.

La viuda de Fenelón llegó a la hora de costumbre, y a poco subió el mozo de la botica con la bandeja de dulces que mandaba Ballester. No tardaron en presentarse el señor y la señora del tercero de la derecha.

»Contra la costumbre, y turbando la tranquilidad de nuestra pacífica morada, una numerosa y brillante sociedad acababa de llegar a ella. Era un número bastante crecido de jóvenes señores de las cercanías que, reunidos desde por la mañana para una partida de caza, habían querido descansar de su fatiga en el castillo del duque de Arcos, su vecino.

La vieja había dado rápidamente la vuelta á la casa, vió lo que quiso ver y sonrió. ¡Maldita bruja que Dios confunda! ¡Un día la mato! ¡la descerrajo un tiro! exclamó el capitán pálido y paseando sus ojos airados por la habitación como si buscase el arma homicida. Flora se había puesto como una amapola. Al fin se partió para Lorío y D. Félix quedó solo y contra su costumbre un poco melancólico.

Y a continuación todas las preguntas de costumbre para enterarse de si la familia estaba buena. Luego, el hombre se volvió a sus hijos, diciéndoles con gravedad: Ahí le tenéis. ¿No estáis preguntando siempre por él?... Lo mismo que en los retratos.

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