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Lo que lo atraía principalmente á la capital de Baviera, era el cuidado y aumento de su galería de cuadros, cuyo origen y disposición ha trazado prolijamente por escrito. En la última mitad de su vida no renunció Schack á su costumbre de emprender largos viajes. En el año de 1865 acompañó al Gran Duque de Meclemburgo á España y Portugal.

Barajaba entonces los naipes antes de la jugada de su adversario con una mirada irritada y recelosa, y volvía un triunfo pequeño con un aire de aversión inexpresable como si en el mundo en que tales cosas se producen no valiera más echarlo todo al diablo... Cuando la fiesta había llegado a ese grado de libertad y animación, era costumbre que los servidores, después de haber terminado el servicio pesado de la cena, tuvieran su parte de diversión y vinieran a mirar el baile, de modo que las piezas del fondo de la casa quedaban solitarias.

Vendré por aquí... No se mueva usted de esta casa. Yo le daré algo para que se mantenga y pague el alquiler...». Relimpio tembló con sudor frío. «Por mi hijo y por usted consiento en ser Isidora algunos ratitos. Conque... abur, abuelo...». Corrió hacia la puerta, y hallando que no estaba la llave en ella, como de costumbre, retrocedió para buscarla.

Juan tenía la costumbre de colocar la luz sobre la mesa de noche, porque no le gustaba poseerla sin mirarla; durante los primeros abrazos charlaban mucho, boca con oído.

Es así como fue tomando la costumbre de informarle de las visitas que pensaba hacer, de las casas donde podría hallarla; y hasta le indicaba las horas en que la encontraría sola en su casa; en los bailes, como él no bailaba, le reservaba algunos bailes sentados, es decir, las ocasiones a solas, tras del abanico, bajo la sombra de un cortinado o de una palmera en el invernáculo.

La última concesión que pudo hacerle a Dunstan a propósito del caballo, comenzó a parecerle fácil al lado del cumplimiento de la amenaza de su hermano. Sin embargo, su orgullo no le consintió que reanudara la conversación sin continuar la disputa. Dunstan lo esperaba y bebía la cerveza a sorbos más pequeños que de costumbre.

Tan lo sabía, que lo advirtió anticipadamente en carta personal á su Embajador en Londres, Conde de Beaumont, escribiendo esta frase: «Cree hacerse el necesario y me parece que se equivoca ;» y antes lo había advertido su Ministro de Estado M. de Villeroy diciendo: «Cuidado con Antonio Pérez, que nos ha informado de su marcha, no vaya á sorprender, como se promete, á los cortesanos y á las damas con las lisonjas y adulaciones de costumbre, y á entender con motivo de las paces que ha prestado servicio de tal naturaleza, que merece ser reintegrado en los bienes y honores que tuvo.

Para que el hombre se eleve, para que exista el progreso es necesario que prescindamos de ese respeto exagerado á la costumbre, que no temamos crearnos necesidades. Las necesidades son acicates que sacuden nuestra indolencia.

Al ver que Andresito les miraba, hiciéronle amistosas señas como si le conociesen de toda su vida. ¡Vaya una gente francota...! ¿Que si aceptaba una copita? No señor, muchas gracias; no tenía la costumbre de beber.... Bueno; pues eso se perdía; conste que ellos la ofrecían de buena voluntad, al verle tan triste. ¡Buena suerte y que saliese pronto de cuidado!

La conversación recayó, como de costumbre, en la crónica de los asombrosos milagros que se realizaban de continuo en aquella ciudad. Otra monja de Santa Ana oía todas las noches una voz que le denunciaba las asechanzas del Demonio en torno de la celda de tal o cual religiosa.