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Actualizado: 5 de mayo de 2025


De ellos los había patizambos, que corrían como asustados palmípedos; de ellos, derechitos de piernas y ágiles como micos o ardillas; de ellos, bonitos como querubines, y de ellos, horribles y encogidos como los fetos que se conservan en aguardiente.

¡Pum, pum! ¡Date, ladrón! ¡Ladrones! contestó el bandido sin dejar de correr. Dos serenos se habían agregado a la columna, y corrían blandiendo los chuzos al lado del alcalde. El criminal quería a todo trance ganar la Rúa Nueva con objeto tal vez de introducirse en el muelle y esconderse en algún barco o arrojarse al agua. Mas antes de llegar a ella tropezó y dió con su cuerpo en el suelo.

Sin apurarse, poco a poco, se insinuaría él en el ánimo de la agraciada niña. Para escapar a las indiscretas miradas de los tandilenses, el mismo capitán Pérez le serviría de pantalla... Porque, mientras don Mariano continuaba callado y pacientemente su obra de ganarse la voluntad de Coca, corrían en el pueblo innumerables anécdotas e historietas acerca del oficial.

Lo que ocurre es que las he hecho ver lo infame, lo horrible del olvido en que tenían a Dios, el peligro que corrían de condenarse y de que se condene nuestro padre: han comprendido que me sobraba razón, y han puesto el remedio.

El uno era delgado, pálido, ojos pequeños, bastante feo todo él, aunque vestido con gran pulcritud y elegancia: se llamaba Juan Romillo, hijo de un rico camisero de la calle del Príncipe: su padre le había destinado al foro, en el cual no había hecho grandes adelantos; en cambio desde muy niño había despuntado en el arte de vestirse y en el conocimiento pleno, absoluto, de cuantas noticias verdaderas o falsas corrían por la villa: en las casas donde él entraba no se leían los diarios noticieros, porque eran inútiles: a esto se reducía su ciencia y sus partes.

Al entrar su hijo volvía la cabeza, sonreía, le llamaba por señas y, después de darle un beso, le empujaba para que se fuese. Un día el niño percibió mucho ir y venir por casa; los criados corrían azorados, cambiaban entre palabras rápidas; los pocos parientes y amigos que visitaban la casa estaban todos allí y tenían unas caras largas, largas, que le aterrorizaban.

Inspiraba la fe de los santos milagrosos y los capitanes audaces. En algunas mañanas de invierno serenas y asoleadas, corrían las gentes á la orilla, mirando con ansiedad el mar solitario.

Buena cosa es la esperanza, respondió Martin. Corrian en tanto los dias y las semanas, y Cacambo no parecia, y estaba Candido tan sumido en su pesadumbre, que ni siquiera notó que no habian venido á darle las gracias fray Hilarion ni Paquita. Que da cuenta de como Candido y Martin cenáron con unos extranjeros, y quien eran estos.

Inclinó la suya el conde para darle un beso en la frente y sintió sus labios abrasados por el calor de la fiebre. Gozó la criatura algunos momentos de sueño letárgico. Corrían de vez en cuando por su tierno cuerpo vivos estremecimientos. Despertó al fin dando un grito. ¡Luis, que me llevan!... ¡Míralos, míralos... ahí están! Sus ojos expresaban un terror pánico.

No veían a su maridito. ¡Quién sabe lo que estaría ocurriendo en la otra banda del buque o en la cubierta de los botes! ¡Con tantas malas mujeres que venían en este viaje! ¡No haber un vapor limpio de tentaciones, sólo para personas decentes! Y corrían sin saber adónde, como si hubiese sonado de pronto la señal de alarma.

Palabra del Dia

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