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Actualizado: 5 de mayo de 2025


¿Por qué los don Periquitos que todo lo desprecian en el año 33, no vuelven los ojos a mirar atrás, o no preguntan a sus papás del tiempo que no está tan distante de nosotros, en que no se conocía en la corte más botillería que la de Canosa, ni más bebida que la leche helada; en que no había más caminos en España que el del cielo; en que no existían más posadas que las descritas por Moratín en el de las Niñas, con las sillas desvencijadas y las estampas del Hijo Pródigo, o las malhadadas ventas para caminantes asendereados; en que no corrían más carruajes que las galeras y carromatos catalanes; en que los chorizos y polacos repartían a naranjazos los premios al talento dramático, y llevaba el público al teatro la bota y la merienda para pasar a tragos la representación de las comedias de figurón y dramas de Comella; en que no se conocía más ópera que el Marlborough o Mambruc, como dice el vulgo, cantado a la guitarra; en que no se leía más periódico que el Diario de Avisos, y en fin... en que...

Bajaban de las montañas; surgían de los barrancos; salían de los bosques; corrían por las llanuras, y se precipitaban en tropel por los «callejones». Tímidas y cautelosas se detenían allí, un instante nada más, y luego avanzaban presurosas hacia la plaza.

Penetraban en las cuadras, se escurrían entre las patas de las bestias, repitiendo su quejido por la muerte de Mari-Cruz; corrían, ciegos por las lágrimas, tropezando con las esquinas, con los marcos de las puertas, volcando en su carrera aquí un arado, más allá una silla y seguidos por los perros libres de cadena que les acosaban por todo el cortijo, uniendo sus ladridos a los desesperados lamentos.

Al mismo tiempo que circulaban las sagradas historias del Antiguo y del Nuevo Testamento, las antiguas leyendas cristianas, etc., de todos conocidas, corrían también número casi infinito de tradiciones españolas y leyendas milagrosas, que se aumentaban de día en día.

Los conductores saltaban de sus caballos, corrían a la pieza, la desprendían del tren delantero que se alejaba al trote, y la disponían a hacer fuego con sorprendente rapidez. Luego volvían los tiros, los conductores enganchaban las piezas, montaban con presteza y el regimiento se lanzaba a gran trote a través de los campos de maniobras.

Más de una vez, durante aquel rápido relato, Catalina había lanzado, a pesar suyo, un grito de admiración y de triunfo; pero luego, calmada y llamada a silencio por la viuda, se puso a llorar, y lágrimas de felicidad corrían por sus mejillas, en la obscuridad. Calmaos, Catalina, el tiempo para es precioso dijo la viuda . ¿Comprenderéis ahora por qué vengo aquí?

Cuando oía decir que corrían toros y jugaban cañas, y se representaban comedias, preguntaba a mi hermano, que es un año menor que yo, que me dijese qué cosas eran aquéllas y otras muchas que yo no he visto; él me lo declaraba por los mejores modos que sabía, pero todo era encenderme más el deseo de verlo.

Le pareció que su ideal y su tarea corrían peligro si aquellas reformas políticas se implantaban en Cuba de buena fe y eran generalmente aceptadas por el pueblo cubano, en virtud de lo cual él ya no tendría ambiente adecuado para poner por obra sus propósitos.

Suspiraba y le corrían las lágrimas por la cara abajo. Había llegado ya a tal punto su azoramiento, que no daba pie con bola. Entre tanto los dos curas estaban en la sala, fumando cigarrillos, las canalejas sobre sillas, groseramente espatarrados ambos en los dos sillones principales, y hablando sin cesar del mismo tema de las oposiciones de Sigüenza.

Era un buen ejemplar de aquella juventud ociosa, dueña de todo el país. Apenas habían llegado los dos paseantes a las primeras casas de Jerez, cuando el carruaje de Dupont, rodando vertiginosamente a impulsos de las briosas bestias, que corrían como locas, estaba ya en Matanzuela.

Palabra del Dia

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