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Actualizado: 26 de mayo de 2025


Un tiempo magnífico, da prematura primavera, convidaba á buscar deleite en la aspiración del aire libre y en esa contemplación inquieta, fantástica en cierto modo, de las campiñas y las pequeñas poblaciones, á que nos conduce la ubiquidad de la locomotiva, haciéndonos pasar con la rapidez del huracan por entre castillos y colinas, bosques y ciudades, y cuanto constituye el poco accidentado pero admirable panorama de la Francia central ó meridional, pues en todas direcciones la opulencia de cultura produce los mismos resultados.

Hasta se parecía un poco a don Carlos. Aquel sol de Febrero, promesa de primavera; aquel ambiente fresco que convidaba a la actividad, al movimiento; aquellos martillazos, aquellos silbidos, aquellas nubecillas ligeras que cruzaban el cuadrado azul a que servía de marco el alero del tejado... todo aquello edificaba». «¡Aquella era su casa, allí era ella la reina, aquella paz era suya!». Al dejar el martillo para coger la sierra don Víctor vio a su mujer.

El sol había traspuesto ya bastante el mediodía. Máxima propuso que saliesen a dar una vuelta por la romería. Andrés y Rosa accedieron gustosos. El campo estaba animado sobre todo encomio: aquí danza, allí fandango, en otro lado merienda. La muchedumbre bullía por todas partes con ruidosa algazara. Nuestros jóvenes cruzaron por el medio lentamente, parándose a contemplar las danzas o las mesas de confites, donde Andrés convidaba a sus compañeras. La gente los miraba con curiosidad. Andrés, que se había despojado del gabán, vestía chaqueta corta y ceñida, pantalón estrecho y sombrero hongo. De suerte que, con un ñudoso garrote en la mano, más parecía jándalo recién llegado de Jerez que el poeta delicado de los salones cortesanos, y formaba con Rosa muy linda y concertada pareja. Aquélla marchaba a su lado con inocente orgullo, risueña y feliz, como una novia que viene de la iglesia mostrando a su esposo.

El tiempo estaba hermosísimo y convidaba a gozar de la apacible amenidad del Retiro. Empezó la dama sus paseos matutinos con Isabelita y el pequeñuelo, y desde el segundo día se les agregó el señor de Pez, que padecía de rebeldes inapetencias.

Si Lucía y Pilar estuviesen fuertes en Historia, ¡a cuánta meditación convidaba la vista de tanto ebúrneo cuello, ornado de collares de diamantes o de estrechas cintas de terciopelo, y probablemente segado más tarde por la cuchilla; ni más ni menos, que el pescuezo del rey que presidía melancólicamente aquella corte! La cerámica era el primor de la colección.

»Luego que los jinetes entendieron que éramos cristianos cautivos, se apearon de sus caballos, y cada uno nos convidaba con el suyo para llevarnos a la ciudad de Vélez Málaga, que legua y media de allí estaba. Algunos dellos volvieron a llevar la barca a la ciudad, diciéndoles dónde la habíamos dejado; otros nos subieron a las ancas, y Zoraida fue en las del caballo del tío del cristiano.

Los sábados por la tarde, cuando los alumnos iban al ejercicio con su fusil al hombro, Maximiliano se iba tras ellos para verles maniobrar, y la fascinación de este espectáculo durábale hasta el lunes. En la clase misma, que por la placidez del local y la monotonía de la lección convidaba a la somnolencia, se ponía a jugar con la fantasía y a provocar y encender la ilusión.

Antes de llegar a mi vivienda era fuerza que atravesase por entre el multitudinoso ejército de ocupación, recibiendo continuos dardos meretricios y padeciendo asechanzas y requerimientos, así orales como de hecho, puesto que alguna se asía de mi brazo; de manera que, por zafarme de estorbos y reponerme de la fatiga, solía yo algunas veces acogerme a un cafetín, que era donde las individuas vivaqueaban, y allí convidaba a las que más me atosigaban, con que las dejaba mansas, nutridas y satisfechas.

Quizá era porque el rótulo, extendido a lo largo de todo el edificio, con letras dibujadas en cada ventana, hacía resaltar de mala manera a aquellos que miraban por ellas, o quizá porque la palabra templanza siempre ha despertado en la idea de bizcochos flojos y chocolate de poca consistencia. A la verdad, la casa no convidaba.

Mina reía de sus juramentos de amor acompañados de gestos trágicos, y lo convidaba á comer, exigiéndole que no faltase á sus costumbres y siguiera fumando entre plato y plato un largo cigarro atravesado por una paja, que esparcía un olor pestilente. Una noche, el conde, para agradecer sin duda estas amabilidades, la invitó á un cinematógrafo.

Palabra del Dia

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