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Actualizado: 25 de junio de 2025
Ahí únicamente se ha mostrado como era, capaz de novedades atrevidas y de sublimes invenciones; el resto no es más que un reflejo deslumbrador de los trágicos griegos y de los líricos sagrados. Después viene Voltaire, que él mismo constituía un tipo.
Esta cantidad debía encontrarse parte en dinero, en su casa, y el resto debía completarse con la venta de sus trajes, sus alhajas y sus muebles. Quevedo leyó conmovido este testamento, y sobre todo una cláusula en que Dorotea le constituía su albacea único y le suplicaba tomase en amor suyo, en memoria suya, la prenda que más quisiese de lo que dejaba.
Marner era muy estimado por aquel pequeño mundo que, para sus miembros, constituía el Patio de la Linterna.
Antes de él, el mar sólo constituía una cosa á los ojos del sinnúmero de marinos que se deslizaban por sus aguas; gracias á Maury, hoy se le considera persona: todos le reconocen por un exaltado y formidable amigo á quien adoran y quisieran domar. El norteamericano está enamoradísimo del mar. Sin embargo, á cada momento se contiene y se para, temiendo traspasar el límite que se ha propuesto.
Aquella separación de la que cualquier otro se hubiera lamentado como de un desgarramiento me libertó de un gran apuro. Ya no me era posible vivir cerca de Magdalena siempre cohibido por la invencible timidez que su presencia me causaba. Huía de ella. El hecho de mirarla cara a cara constituía para mí un verdadero desplante de audacia.
Todo amor, aun el más tierno, aun el más santo, no es más que el instinto sexual disfrazado. Aquello de haber encontrado un ser tan noble, tan puro, tan exento de egoísmo como su esposa constituía para él una verdadera decepción. Pero ya que por este lado no podía refocilarse en sus ideas negras, desesperadas, halló manera adecuada de darles satisfacción pensando en el marquesito.
La vieja servidora insistió en su desprecio al labriego cultivador de Son Febrer, predio que constituía la última fortuna de la casa. Todo lo debía el rústico a la benevolencia de la familia, y ahora, en los momentos difíciles, olvidaba a sus buenos señores. Jaime siguió mascando, con el pensamiento puesto en Son Febrer. Tampoco aquello era suyo, no obstante figurar él como dueño.
Novillo, en lo indumentario, constituía una réplica, algo rebajada, de su protector el duque, el cual le enviaba desde Madrid corbatas, cuellos postizos, calcetines y chalecos de fantasía semejantes a los suyos, aunque de clase inferior, y trajes, de paño catalán, imitados de los que él usaba, de paño inglés.
Se le llamaba y no se movía. «¿En qué piensas, Oliverio?», le preguntábamos; no contestaba a nadie y continuaba mirando sin decir palabra con aquella movilidad que constituía uno de sus atractivos, y aquella mirada extraña que flotaba en la semioscuridad del salón como una chispa imposible de fijar.
La felicidad que había venido a buscar estaba ya recogida y no le quedaba otro recurso que contemplarla sin rencor y sin envidia, porque la envidia en este caso constituía enorme pecado. ¿Y estaba segura de no caer en él a cada instante o, lo que es peor, estaba segura de no llevar la mano a aquella felicidad?
Palabra del Dia
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