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»Me pregunta usted, Antonia, qué me pasa... ¿Qué quiere que yo le diga? ¿Debo entristecer con mis penas un corazón que con toda sinceridad se rebela abiertamente contra la soledad que le hiela y manifiesta deseos de compartir la vida de otro corazón que sienta lo que siente él?

¡Del mundano vivír, cuanto me aterra compartír la dorada falsedad! ¡Cómo me ahoga el lodo de la tierra! ¡Cómo mancha su negra suciedad! Condor, dame tus alas: necesito volar cómo tu vuelas, ¡oh cóndor! Tengo sed de beberme el infinito en un vuelo sin fin, libertador. ¡Mas ay! ¿a qué volar? El alma impura cautiva del dolor tiene que ser.

Había tratado antes con alguna intimidad en Londres á este famoso conspirador y revolucionario, sin compartir sus ideas políticas, mereciendo de él la mayor consideración, como era de esperar de un personaje tan instruído y de pensamientos tan elevados, por cuyo motivo se regocijó sobremanera al saludarlo otra vez en Roma y merecer de él tan cordial acogida.

Ignoro este misterio tan triste de mi vida Que a veces con mis lloros, yo quisiera morir... Ignoro si hay otra alma sensible y dolorida Que en esta vida quiera mis penas compartir. Ni los labios henchidos de mimos y embelesos Que mitigan las penas con caricias y besos Han podido de mi alma suavizar el dolor.

Acerquéme a ésta enseguida con la disculpa de enseñarla no qué chucherías que asomaban entre los papeles colorados de una caja a medio abrir; llevóse Neluco a los demás hacia el crucero, y la dije en cuanto nos vimos solos: Su madre de usted está en lo cierto, por lo que toca al destino de estas obras: no se hacen para solo; pero se equivoca en lo principal: en lo que presume de la reina con quien deseo compartir este humilde alcázar de mi señorío.

Con esta estratagema pensaba realizar su anhelado desembarco en esta isla; mas tan hábil plan no sirvió sino para demostrar la impericia y cobardía del almirante francés, el cual, de regreso a Europa, no quiso compartir con nuestros navíos la gloria del combate de Finisterre. Ahora, según las órdenes del Emperador, la escuadra combinada debía hallarse en Brest.

Cuando en el mismo acto primero una esposa se abraza a su marido, que parte al combate, declarando con noble resolución que quiere seguirle y compartir los riesgos de la lid, Amparo sintió como un nudo, como una bola que se le formaba en la garganta, y haciendo un supremo esfuerzo, se agarró a la barandilla de la cazuela y gritó «¡bien!... ¡muy biendos o tres veces, luciendo su voz de contralto.

Era un caballero fino, distinguido, de fisonomía ingenua y simpática. No tenía motivo para negarme a recibirle en mi habitación algunos días. El dueño de la fonda me lo presentó como un antiguo huésped a quien debía muchas atenciones: si me negaba a compartir con él mi cuarto, se vería en la precisión de despedirle por tener toda la casa ocupada, lo cual sentía extremadamente.

Muñoz, después de titubear visiblemente, durante algunos segundos, le exigió, en forma muy categórica, su opinión sobre Adriana. Y luego que Julio expresó, tranquilamente, una idea opuesta a la suya, se irritó sobremanera. Discutieron. Julio terminó pidiéndole disculpa de no poder compartir una sola de las apreciaciones hechas por su amigo. ¡Qué quieres!

Vendría á verme todos los años, yo pensaría en él á todas horas, é iría también alguna vez á compartir durante unos meses su vida salvaje. En fin, sería una existencia más interesante que la que llevamos en París; y al final de ella, la riqueza, una verdadera riqueza, inmensa, novelesca, como rara vez se ve en el viejo mundo.