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Actualizado: 25 de mayo de 2025
El soldado echaba a cada suerte doce votos y otros tantos peses, aforrados en por vidas. Yo me comí las uñas y el fraile ocupaba las suyas en mi moneda. No dejaba santo que no llamaba; nuestras cartas eran como el Mesías, que nunca venían y las aguardábamos siempre.
¿Cómo te llamas, hijo? Gonzalo. ¿Y te has comido la perdiz que quedaba en el plato de la reina? Sí... al salir... no me veían... ¿Y quedaba mucho?... Casi una pechuga... y me ha hecho mal... ya se ve... ¡comí tan de prisa, porque no me vieran! El paje, en efecto, empezaba á ponerse pálido. ¿Y por qué vienes, hijo? exclamó el tío Manolillo, haciendo un violento esfuerzo para dominar su horror.
Los largos días vacíos, lejos de todo afecto, que pesan como plomo sobre los hombros, la carga aplastadora de las tinieblas durante las noches sin sueño, las adulaciones dictadas por la codicia, que suenan a falso y dan náuseas, los celos de rivales cuyo mutismo obstinado irrita: todo eso he conocido. En verdad, era duro el pan que comí en el extranjero, ¡y cuántas veces lo mojé con mis lágrimas!
Mostréle el pan y las tripas que en un cabo de la halda traía, a lo cual él mostró buen semblante y dijo: "Pues esperado te he a comer, y de que vi que no veniste, comí. Mas tú haces como hombre de bien en eso, que más vale pedillo por Dios que no hurtallo, y ansí
Un domingo de invierno, por la tarde, al anochecer, no sé por qué me decidí a dejar la diligencia de San Fernando y a quedarme en Cádiz. Había en el muelle esa tristeza de domingo de los puertos de mar. No me sentía alegre, sino agresivo, con gana de hacer una brutalidad cualquiera. Entré en una tienda de montañés, pedí pescado frito y vino blanco. Comí y bebí en abundancia.
Yo no quise hacerlo, aunque me invitaron con insistencia. La condesita me dijo al darme la mano: Váyase usted esta noche por el teatro y hablaremos. Comí con premura, me vestí y me eché a la calle en el momento en que entraba Villa. Le vi inmutarse, y me respondió, turbado, que había tenido que hacer en el cuartel.
Anduve vagando por el Ponte Vecchio y a la luz opaca y mística de la Santissima Anunzziata; por la tarde fui a visitar a varios amigos, y a la noche comí en casa de Doney, pues preferí cenar aquí antes que en la apretada table d'hôte del Saboya, lleno de ingleses y americanos. A las once esperé en el hall del hotel al viejo Carlini, y cuando llegó, le hice subir, lleno de ansiedad, a mi pieza.
Y por presto que yo acudí ya estaba toda la vecindad conmigo preguntando por el oso, y aun contándoles yo cómo había sido ignorancia de la moza, porque era lo que he referido de la comedia, aun no lo querían creer; no comí aquel día. Supiéronlo los compañeros y fue celebrado el cuento en la ciudad.
Esto bien se sufre." Y comienzo a desmigajar el pan sobre unos no muy costosos manteles que allí estaban; y tomo uno y dejo otro, de manera que en cada cual de tres o cuatro desmigajé su poco; después, como quien toma gragea, lo comí, y algo me consolé.
Y allá abajo, dentro de sus jaulas, cómo parecían decirse los canarios: ¡Oh! ¿Pues no se come ese señor de una sentada todo el pestiño? Efectivamente, me lo comí todo y casi sin darme cuenta de ello, distraído como estaba mirando a mi alrededor aquella habitación clara y apacible, donde flotaba como un olor a cosas antiguas.
Palabra del Dia
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