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Actualizado: 20 de junio de 2025
Durante todo este coloquio, doña Inés miraba por la claraboya, y a menudo sentía la comenzón de tomar parte en él, hablando desde allí; pero el temor de lo ridículo enfrenaba su lengua. Don Andrés perdió entonces su circunspección y su calma. No pudo contenerse más. Ámame dijo. Y se abalanzó a Juanita y la ciñó con fuerza entre sus brazos.
Buscaba te la echar al sombrero. No me hizo daño la flor replicó Ramiro, pero sí vuestra risa. ¡Calla! Reía del gozo de verte a un palmo de mí. Yo me estuve encogida cabe la reja, e no me catabas. Volviendo a la cuadra del baño, ella extendiose de pechos en la alcoba, ofreciendo a Ramiro una almohada para sentarse. Platicaron largo tiempo. Era para el mancebo un coloquio extraño, casi fabuloso.
Pero luego, no había que contar con ella: en la situación culminante del coloquio amoroso se quedaba insensible, entreteniéndose en seguir con la vista los dibujos del papel de la pared o contando las estrías de las columnillas de la cama. Hacía concebir grandes esperanzas y acababa prestándose al amor como a una servidumbre.
Si no duermes hace días, ¿cómo has de estar? ¡Mal haya el tal D. Luis y su manía de meterse cura! ¡Buenos supiripandos te cuesta! Pepita había cerrado los ojos; estaba en calma y en silencio, harta ya de coloquio con Antoñona.
-Diga usted preguntó Lázaro, después de una pausa, en que dudó si marcharse ó prolongar más aquel coloquio doloroso; diga usted, ¿ese militar es un joven alto, con bigotes negros? ... Sí: un poquito más alto que usted; tiene una voz muy clara y anda con mucha gracia, y se ríe con mucha gracia. ¿No sabe usted cómo se llama?
Luego la hermoseó con templos y palacios espléndidos y con casi inexpugnables fortalezas. Tal fue el maestro de Palmira. Al volver victorioso de los persas y antes de entrar triunfante en la ciudad, tuvo en el desierto un raro coloquio con dos genios: el de la vida y el de la muerte: y logró la inmortalidad, ó al menos una prolongadísima duración de la existencia propia.
Tuvo que interrumpirse aquí el coloquio, porque se oyó el recio y bien conocido taconeo de miss Mary que se acercaba... Ramón, cuya única antipatía en el mundo era esa miss Mary, se hizo humo... Lita simuló dormitar y despertarse sobresaltada... ¿Viene usted a buscarme, miss... «Yes»? preguntó, no sin altanería. «Yes, Lita. Your mother is coming»... Ante tal argumento, Lita cedió.
Hasta aquí he vivido arrojada de mi casa, de mi posición, privada de mi verdadero nombre. Si no se me restituye lo que desde que nací me pertenece, nada quiero. Pido justicia, no limosna». La marquesa no creyó deber prolongar un coloquio de aquella especie. Las últimas palabras de Isidora tocaban en la insolencia.
«¡Pero, hija, qué alborotada está usted, y qué disparates dice! Extraño mucho que el pobre Juanín encuentre qué sacar de ese pecho...». Las demás personas que en la casa entraron estaban en la sala, sin atreverse a pasar mientras durase aquel animado coloquio de la diabla y la santa, cuyo lejano run run oían.
Deseosa de hablar reposadamente con el Vizconde, le citó para una noche en que no recibía a los demás tertulianos, y tuvo con él el coloquio que vamos a reproducir aquí. Después de los amistosos saludos de costumbre, con la inveterada familiaridad de siempre, y tuteando al Vizconde como solía, Rafaela le dijo: Tú eres mi mejor amigo, lleno para mí de amabilidad y de indulgencia.
Palabra del Dia
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