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Actualizado: 13 de junio de 2025
Encontraba al espada de buen aspecto, acordábase vagamente de una gran cogida que había sufrido: tenía casi la certidumbre de haber telegrafiado a Sevilla pidiendo noticias. ¡Con aquella vida que llevaba, de cambio de países y nuevas amistades, tenía en tal confusión sus recuerdos!... Pero le veía ahora como siempre, y en la corrida le había parecido arrogante y fuerte, aunque un poco desgraciado.
Un garçon de frac negro y corbata blanca se acerca á nuestra mesa. Mi mujer pide un té, y yo una copa de Madera con bizcochos. La orquesta rompe, se abre la puerta del fondo del teatro, y aparece la jóven que vimos venir sola, presentada por el tenor, el cual la trae cogida de la mano con el mayor refinamiento. El principio fué muy desgraciado para nosotros.
Su brazo parecía pensar; sus piernas veían el peligro, burlándose con su rebelión de las exigencias de la voluntad. Además, el público, reaccionando ante el insulto, vino en su ayuda e impuso silencio. ¡Tratar así a un hombre que estaba convaleciente de una cogida grave!... ¡Esto era indigno de la plaza de Sevilla! ¡A ver si había decencia!
Su contrincante le esperaba en la taberna, para beber juntos como buenos camaradas. Y se lo llevaron, rodeándolo respetuosamente, como un testimonio de su gloria, con los mismos honores que una bandera cogida al enemigo. Aresti volvió á la plaza. Comenzaba á obscurecer; la gente se había esparcido por las calles inmediatas, agolpándose á las puertas de las tabernas.
Y al mismo tiempo, según la tenía cogida por las yemas de los dedos, la atrajo contra sí hasta juntarse ambos cuerpos, y le dio un beso sonoro, largo y apretado, uno de esos besos que despiertan en los ángeles deseo de pedir licencia para venirse al mundo.
Francisca me miró un instante en silencio, registró mi escritorio, descubrió mi diario y leyó las últimas páginas sin que yo pensase siquiera en oponerme. ¡Vamos! esto es... Estás cogida, mi pobre amiga... ¿Cómo cogida?... Sí, estás chiflada por el señor Baltet. Chiflada... Ciertamente... Le amas... ¿Comprendes ahora?
Entonces aparecieron, en su intacta firmeza, los dos fuertes pechos bruñidos y cuasi dorados como copas de ámbar; y el mancebo sintió correr por toda su carne la tentación de aquella cintura cogida y de las abultadas caderas, irisadas por la humedad y la penumbra. La mujer caminó hacia la alcoba, con claro rumor de ajorcas y brazaletes, dejando la huella acuosa de sus pies en el mármol.
Durante aquella época, Glatigny, que acababa de publicar «Los Pámpanos Locos», su primer libro de versos, luchaba desesperadamente con la miseria. «Cierta noche escribe Mendés, en pleno invierno, bajo las frías estrellas, después de haber cenado una zanahoria cogida en el campo, no tuvo otro abrigo que un extraño traje de teatro, fabricado con periódicos viejos, manchados de vivos colores...
La banquera llegaba pálida y abatida, y tenía, en efecto, ensangrentado el lóbulo de la oreja izquierda. Al verse cogida la duquesa, salió al encuentro de la López Moreno, exclamando muy cariñosa: ¡Pero, Ramona!... ¿Cómo no me ha avisado usted?
Ayer estuvo la Jacinta en casa de D. Plácido... Quería subir a verle; pero esa otra, la santona, le dijo que otro día, por si tú te remontabas... Conque vete enterando... ¡Ah! ¡Quién me lo había de decir!... Todavía me he de ver yo cogida al brazo de don Baldomero, dando vueltas en la Castellana... ¡y poco charol que me voy a dar...! Si es una comedia... Tú date tono, no seas boba... que si sabemos aprovecharnos, de esta hecha vamos para marquesas».
Palabra del Dia
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