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Actualizado: 13 de junio de 2025


Al anochecer, sólo se habló en la ciudad de la cogida de Gallardo: la más terrible de su vida. A aquellas horas se estaban publicando hojas extraordinarias en muchas ciudades, y los periódicos de toda España daban cuenta del suceso con extensos comentarios. Funcionaba el telégrafo lo mismo que si un personaje político acabase de ser víctima de un atentado.

Miguel planteó al fin el problema que bullía en su cabeza: el de ir a pasar un rato en buen amor y compaña a cualquier parte. La generala soltó bruscamente la mano que le tenía cogida, y echó atrás la cabeza con manifiestas señales de hallarse gravemente ofendida.

Nuestro bello sueño se rompería las alas contra las brutales realidades de la existencia; devolvámosle su vuelo y mirémosle perderse en el espacio entre una sonrisa y una lágrima. Este recuerdo será para la florecilla azul cogida juntos y que se secará solitaria en la mejor página del libro de mi vida.

Ansiaba la gloria de los aplausos, la aclamación de las muchedumbres, con el anhelo de un principiante; como si la reciente cogida hubiese desdoblado su existencia; como si el Gallardo de antes fuese otro, y él tuviera que comenzar de nuevo su carrera. Para fortalecerse, decidió pasar el resto del invierno con su familia en La Rinconada.

No apartaban los ojos de su hermana, mientras creciente sensación de gula bestial iba cambiando cada línea de sus rostros. Lentamente avanzaron hacia el cerco. La pequeña, que habiendo logrado calzar el pie, iba ya a montar a horcajadas y a caerse del otro lado, seguramente, sintióse cogida de la pierna. Debajo de ella, los ocho ojos clavados en los suyos le dieron miedo.

A su lado estaba otra figurilla menuda de hombre que la tenía cogida de la mano. El obispo les estaba echando la bendición. ¡Más cuál sería su asombro cuando aquel hombrecillo dio la vuelta! ¡Qué Jesucristo ni qué calabazas! El que se casaba con María era ni más ni menos que Manolito López, aquel chiquillo tan insolente y antipático.

Todos los aplausos eran para Gallardo. El público saludaba su primera aparición en la arena luego de la tremenda cogida que tanto había dado que hablar en toda la Península. Cuando llegó el momento para Gallardo de matar su primer toro, volvió a repetirse la explosión de entusiasmo.

Y rešpondiendo el, dixo les, El que šiembra buena šimiente es el Hijo del hombre. Y la^ haça es el mundo. Y la buena šimiente, eštos šon los hijos del reyno. Y la zizania šon los hijos del Malo. Y el enemigo que la šembrò, es el diablo. Y la šiega es la fin del mundo. Y los šegadores šon los Angeles. De manera que como es cogida la zizania, y quemada

La condesa, durante aquella escena, había seguido con los ojos desmesuradamente abiertos los movimientos del aya. Después de sentada ésta, siguió inmóvil, teniendo cogida con una mano la punta de la servilleta en ademán de llevarla á la boca para limpiarse. Los gritos de la niña, aunque amortiguados por la distancia y el obstáculo de la puerta, comenzaron á sonar agudos y lastimeros.

Al final había una puerta de donde arrancaba una escalerilla interior. Apenas hubo subido cuatro o cinco peldaños, se sintió cogida fuertemente por el brazo y dejó escapar un grito de susto. Al volverse percibió con dificultad el rostro pálido y angustiado de su novio. ¡Ricardo! ¿Qué haces aquí? Vi que salías del comedor y te he seguido. ¿Para qué?

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