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Un pensamiento fatal le perseguía, le atormentaba sin cesar. De día se le clavaba en el cerebro impidiendo la entrada a otra idea cualquiera; de noche le despertaba con sobresalto y le hacía pasar largas horas sin reposo revolcándose en el lecho, sintiendo la sangre hervir y murmurar dentro de las venas y la frente bañada por grandes gotas de un sudor frío. ¡Qué tormento espantoso!

La enferma estaba ya en el lecho, y la anciana y la joven trabajaban hasta media noche. ¿Qué te pasa? solía decirme tía Pepa. ¿Qué tienes que así estás como pajarillo en muda? Nada tía. Este libro que me tiene interesado y lleno de curiosidad. Angelina conversaba de cosas indiferentes, pero a cada instante clavaba en una mirada llena de ternura.

Después que hubo saludado, Gonzalo fué a sentarse cerca de Pablito, y pasándole la mano familiarmente por encima del hombro, le dijo al oído: ¿Cuál es la que más te gusta? Y al inclinarse hacia su futuro cuñado, clavaba una mirada intensa en Venturita, que correspondió a ella con otra muy singular. Después ambos las convirtieron a Cecilia. Esta no había levantado la cabeza del bastidor.

La pobre Clara sentía el corazón apretado cuando su marido por ir a gozar la compañía de sus amigos la obligaba a levantarse de aquel asiento donde el amor la clavaba. ¡Si supiera que aquellos amigos por quienes la abandonaba le aborrecían cordialmente como se aborrecían entre y estaban siempre aparejados para inferirle todo el mal que pudieran!

Me daba gusto contemplar aquel trabajo de hadas bienhechoras. Mi tío, sofocado por la tos, despertaba algunas veces de su letargo, abría los ojos, clavaba en nosotros su mirada entorpecida y voraz, y volvía a cerrarlos enseguida para caer de nuevo en su modorra.

Viendo que nada conseguía, se puso serio, tan extraordinariamente serio que parecía un hombre. La miraba con sus ojazos vivos y húmedos, expresando en ellos y en la boca todo el desconsuelo que en la humanidad cabe. Adán, echado del paraíso, no miraría de otro modo el bien que perdía. Jacinta quería reírse; pero no podía porque el pequeño le clavaba su inflamado mirar en el alma.

Todo llega por fin... Que tenga usted grandes éxitos, señor diputado. Y acercando a su boca el perfumado fruto, clavaba en la dorada carne sus dientes blancos y brillantes. Cerraba los ojos con delicia, como embriagada por la tibia dulzura del jugo. Crujían los gajos entre sus dientes, y el líquido de color de ámbar rezumaba, cayendo a gotas por la comisura de los labios carnosos y rojos.

Era una carta a la Regenta. Leyó lo escrito y lo rasgó todo en cien pedazos. Volvió a pasear y volvió a escribir, y a rasgar y a cada momento clavaba las uñas en la cabeza.

Hasta nos reímos muchas veces de sus manías, y no dejamos por eso de estimarla, ni nos creemos superiores a ella... Al llegar aquí sus ojos tropezaron con los de su capellán, que había cesado de reír y le clavaba una mirada fría y aguda como un puñal de Albacete. La pobre señora quedó acortada y sólo tuvo ánimos para concluir con voz más baja: ...Al menos, eso me pasa a ...

Los demás empezaron a estorbarse oyendo juntos aquellas murmuraciones. El Arcipreste clavaba los ojuelos negros y punzantes en el Magistral, confesor de Obdulia; parecía buscar su testimonio. El Provisor no estaba allí más que para hablar a solas con don Cayetano. Sufría sus impertinencias con calma. Le estimaba.