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El capítulo sobre Portugal será corto: solo conozco Lisboa, que he visitado dos veces. A las cinco de la mañana de un dia clarísimo del mes de julio, entró en la rada de Lisboa el vapor que desde Inglaterra me condujo. La ciudad, acostada todavía en el silencio, ofrecióse á mi vista por el prisma mas bello que tiene.

Despues, el asiento de Berna se avanza rodeado por el Aar en forma de península, de manera que de cualquier punto de los bordes de la ciudad se ve en el fondo el precioso vallecito donde se atropellan en un lecho profundo las ondas azules del clarísimo rio, dominadas por muros de verdura.

No cómo fue aquello; pero recuerdo que se agrandaban a mis ojos los inconvenientes y se amenguaban las ventajas mutuas; comprendí que iba a hacer un disparate y a dar un resbalón más grave que el que me ocasionó la rotura de esta endiablada pierna: me sorprendí arrepentido, hija; no cómo fue aquello, , me sorprendí arrepentido, y sin saber cómo empecé a ver claro, clarísimo, y me dije: «la quiero demasiado para casarla conmigo».

El señor Bonilla puntúa así: «... y este es el juro de heredad que más seguro tenemos en el infierno; después, de las Indias fuí a Venecia...»; pero como no ha dicho que fuese a las Indias, sino a Suiza, muy cercana a Italia y a la Valtelina, que era italiana, colígese que a tal puntuación es preferible la mía, aun siendo mía, máxime cuando con ella es clarísimo el sentido del pasaje.

Lo contrario de lo que ha sucedido aquí. Ya le he hecho a usted la pintura física y moral de Nieves: pues imagínese usted ahora a esa criatura tan linda, tan inteligente, de alma noble y esforzada, y de corazón limpio y sano como una bolita de oro, con los mismos gustos y las propias aficiones que yo; supóngala empeñada en que pinto mejor que Velázquez, que canto como un ruiseñor, que soy el más diestro piloto del mundo, y que no tengo precio para dirigir y disponer expediciones campestres; añada usted que me hace su maestro, su guía inseparable, su confidente y su amigo más íntimo, y añada usted también que es persuasiva por la fuerza de su talento clarísimo, y otro tanto por la virtud de su belleza; y ¡qué carape, hombre! o ha de ser uno un adoquín, o ha de creer y entregarse: entonces o nunca.

Píntalo así el poeta con el vuelo poderoso de su fantasía; pero, á pesar de todo su talento, no es posible que la imaginación, por lo menos la de los que ahora vivimos, se vea libre de extrañeza, al considerar que, aquel signo externo, no se presenta sólo como símbolo, sino como instrumento salvador de la gracia divina, aunque las almas de los glorificados persistan en la culpa con conocimiento clarísimo de lo que hacen.

El espejo no, porque ninguno tenían en su casa. Sería un espejo interior, clarísimo, en que ven las mujeres su imagen propia y que jamás las engaña. Lo cierto es que Amparo, que seguía leyéndole al barbero periódicos progresistas, pidió el sueldo de la lectura en objetos de tocador.

Baste lo dicho para que te inclines, oh hermosa Poldy, a desechar tu loca repugnancia, impropia del clarísimo entendimiento que Dios te ha dado, y para que vuelvas a recibirme, me ames y seas míaEn Austria nadie sabe de fijo lo que hizo Poldy después de leer tan arrogante y disparatada carta.

El insigne D. Antonio Delgado ocupándose de nuestro D. Adan bajo el aspecto de anticuario, le califica de personaje poco conocido, pero, sin duda, de vasta instrucción y juiciosa crítica; el licenciado Rodrigo Caro compara alguno de sus trabajos con los de Isaac Casaubón y J. Scaligero, Hübner le distingue entre sus coetaneos, el marqués de Valde Flores le llama muy docto caballero; el Padre Barco le califica de muy sabio y erudito y muy instruido en todo género de letras; por último, D. Nicolas Antonio, dice: que añadió á la nobleza heredada de sus mayores, el clarísimo ornamento de su amor y estudio de las bellas letras, y que por sus conocimientos de la antigüedad y por su erudición, fué justamente tenido en grande estima entre los príncipes de la literatura de nuestra Patria en su siglo ...

Regocijado interiormente por el clarísimo son de las campanas, Francisco se representaba con mayor fuerza en su imaginación a la señora Liénard sentada bajo el emparrado, con su vivacidad de gestos y su prestancia, con su amable sonrisa, con sus relucientes y oscuros ojos y con su gracia un poco silvestre.