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Lo contrario de lo que ha sucedido aquí. Ya le he hecho a usted la pintura física y moral de Nieves: pues imagínese usted ahora a esa criatura tan linda, tan inteligente, de alma noble y esforzada, y de corazón limpio y sano como una bolita de oro, con los mismos gustos y las propias aficiones que yo; supóngala empeñada en que pinto mejor que Velázquez, que canto como un ruiseñor, que soy el más diestro piloto del mundo, y que no tengo precio para dirigir y disponer expediciones campestres; añada usted que me hace su maestro, su guía inseparable, su confidente y su amigo más íntimo, y añada usted también que es persuasiva por la fuerza de su talento clarísimo, y otro tanto por la virtud de su belleza; y ¡qué carape, hombre! o ha de ser uno un adoquín, o ha de creer y entregarse: entonces o nunca.

Metieron a la niña en la «enseñanza» de doña Eustoquia; no era un adoquín, ni fea; desbravose allí bastante; consiguió luego desbastar y pulir algo a su madre, que bien lo necesitaba; muriose el padre de un tabardillo, porque la holganza y el buen pesebre le tenían hecho un odre y algo picado a la bebida; creció la muchachuela y se hizo una moza regular y de buen aire; tomole tal cual a su lado la viuda... y como la espuma hasta hoy.

Darwin diga en la sección de Variedades que el hombre desciende del mono? Pues que no traduzcan tales badajadas... ¡Buen mono estará ese traductor! El que se oía llamar de esta suerte, o majadero, o adoquín, se hacía el desentendido y bajaba aún más la cabeza fingiéndose enteramente embebecido en su trabajo. Pero alguno de los compañeros tosía maliciosamente y los demás se echaban a reír.

Dígale V. al encargado de los teatros que es un adoquín; ayer da un palo al drama de Chamorro, que es correligionario, y hace unos cuantos días ponía por las nubes una piececita muy mala de un sobrino de González Bravo... ¡Ah! y que me tenga cuidado con la Ferni: ya sabe V. que ha cantado en mi casa. Vamos a ver, Mendoza, ¿cómo consiente V. que ese Sr.

Al oírse llamar con nombre tan infamante, Zarapicos, que era un rapaz honrado, aunque pobre, no pudo contener el ímpetu de su ira, y echando la mano al cuello del insolente Majito, le derribó en tierra, diciendo: «¡Figuerero!..., ¡coles!, ¡te deslomo!». Pero el Majito supo reponerse, sacudirse, levantarse, y, una vez en pie, sus manos alzaron un canto tan grande como medio adoquín.

Dijo esto con tal sentimiento, y de modo tan lúgubre, que los reproches expiraron en los labios de la tía, y se abalanzó a él, como loca, estrechándole en sus brazos, suplicándole que no volviera a proferir la terrible amenaza, si no quería verla caer muerta a sus pies. ¡Qué muchachos estos! hacen una barrabasada, y no se les ocurre mejor medio de remediarla que el suicidio; ¡bonita manera de arreglar las cosas! la suerte que son pura boca, y que del dicho al hecho... ¡Vamos! reflexionar un poquito y estudiar el medio más decoroso y fácil de salir del atolladero: treinta mil nacionales no se encuentran así como así, bajo el primer adoquín de la calle... ¡Oh, la inexperiencia y la ambición son dos caballos desbocados que llevan al precipicio a cualquiera!

Luego las deudas se lo comían, y no podía echarse á la calle sin ver salir de cada adoquín un acreedor. Como era miope, las monedas falsas parece que le buscaban. ¡Singular atracción del bolsillo raras veces ocupado! En cuanto á distracciones, no tenía, aparte la dama citada, sino las murgas que en bandadas venían todas las noches, por entretener á la gente colgada de los balcones.