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Actualizado: 9 de junio de 2025


¿Permítame que encienda aquí este cigarrillo, pues la luz del fósforo ahí fuera podría llamar la atención? Con la ayuda de esta luz pudo ver a Catalina bonitamente encuadrada en la ventana. Consumiose la cerilla lentamente entre sus dedos, y una sonrisa picaresca asomó en los labios de Catalina.

Poco después de mediodía, cuando ella fumaba su vigésimo cigarrillo, llamaron á la puerta. Transcurrió algún tiempo y volvieron á repetirse los golpes. Elena adivinó que, por estar ausente Sebastiana, las dos chinitas habían abandonado la casa después de servir la comida, vagando por el pueblo en busca de noticias. Fué á abrir ella misma y se sorprendió reconociendo al visitante. Era Moreno.

Krilov aceptó con reconocimiento el cigarrillo que le tendía el portero, y echó de menos su pitillera japonesa, su gabinete de trabajo, los cuadernos azules de los colegiales que él debía corregir y que le parecían ahora tan gratos al alma. Encendió el cigarrillo y casi sintió náuseas: el tabaco era desagradable, mal oliente. «Un verdadero tabaco de espía» se dijo Krilov.

Aresti vió todo el resto del monasterio: el refectorio, con su púlpito para la lectura; la capilla, en la que hacían los hombres sus ejercicios espirituales, colocando los Padres á la puerta una bandeja para que los jóvenes depositasen en un papel cerrado sus peticiones á la Virgen; la cocina, donde los hermanos guisanderos le explicaron los tres platos sólidos que correspondían á los individuos en cada comida: el salón acristalado, en el cual fumaban sacerdotes y seglares un cigarrillo único, pues en el resto del monasterio, aunque el fumar no estaba prohibido, era mal visto por los superiores.

Puede ser que el Señor le reserve aquí en la tierra algo de lo que, por no tener otra palabra, llamamos felicidades; usted será esposa de algún hombre honrado, madre de familia, dignísima abuela...». Acababa de liar un cigarrillo, y con mucha finura dijo así: «¿Le molesta a usted el humo del tabaco? ¡Oh! no, señor; no, señor.

Algunas distribuían al pasar, con una sonrisa compasiva, todas las monedas que hallaban en sus pequeñas bolsas, monedas que caían sobre aquella miseria como gotas al mar. Uno de los arrapiezos corrió a un almacén y volvió saltando de alegría; traía en la boca un cigarrillo y aspiraba el humo con fruición.

Doña Elvira acogía con una sonrisa traidora su charla incesante en un español trabajoso; los gritos de asombro que le arrancaba el haber visto tantas iglesias, tantos frailes y curas, tantos mendigos, los campos cultivados como en los tiempos prehistóricos, las costumbres bárbaras y pintorescas, las plazas de ciertas poblaciones llenas de hombres con los brazos cruzados y el cigarrillo en la boca, esperando que fuesen a alquilarles.

Pablo Hervieu se halla sentado ante su mesa de trabajo; un cigarrillo humea entre sus dedos delgados y largos de aristócrata; su ademán es modesto y sobrio, pero resuelto; habla poco y sin prisa, y levantando ligeramente la voz al pronunciar las últimas sílabas de cada frase, lo que acusa ese espíritu enérgico que los grafólogos descubren en los que, al escribir, dirigen hacia arriba el trazo final de las letras.

Después de una larga contemplación, les volvió la espalda con sumo desdén y se puso a liar un cigarrillo. En seguida echó a correr a la estación, sin acordarse de que no había comido en muchas horas ni de que sentía en el estómago el agudo malestar del hambre.

Ha logrado conmoverme y quiero conocer el fin de su aventura... Como usted guste. Y el vigilante encendió un cigarrillo y fué á sentarse en la sombra para esperar al visitante. Ya ves, Jacobo, que tenemos los instantes contados. Voy á tener que dejarte y nada te he dicho de nuestros proyectos. Si esperas aquí que se pruebe tu inocencia, pueden pasar años.

Palabra del Dia

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