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Actualizado: 4 de mayo de 2025
Ella les ponía por encima de todas las cosas, siempre que se avinieran a trabajar perpetuamente en las minas, a amasar en una sola artesa todos sus jornales, a obedecerla ciegamente y a no tener aspiraciones locas, ni afán de lucir galas, ni de casarse antes de tiempo, ni de aprender diabluras, ni de meterse en sabidurías, porque los pobres decía siempre habían de ser pobres y como pobres portarse, y no querer parlanchinear como los ricos y gente de la ciudad, que estaba toda comida de vicios y podrida de pecados.
Y la amó tanto más ciegamente, por cuanto ella le otorgó todos los honores de la guerra y pareció ceder a una inclinación irresistible que la arrojaba en sus brazos. El hombre más inteligente se deja prender en este lazo y todo el escepticismo se estrella contra la comedia del amor verdadero. Don Diego no es un atolondrado sin experiencia.
»Mi padre andaba aquella noche ciegamente empeñado en sus caballerías senatoriales; y con harto sentimiento mío, no recibí los alientos de su aplauso en aquella mi primera salida a correr las aventuras por las encrucijadas del gran mundo. »Recuerdo también la impresión que recibí al hollar por primera vez, y con pie inseguro, la espesa alfombra del salón de la fiesta.
Ahora bien, yo creo, o mejor dicho, yo doy por seguro que, en virtud de mi ciencia y por los poderes que mi ciencia me otorga, puedo conceder o dar un papel brillante a quien mejor me parezca, aunque no ciegamente, sino después de ciertas pruebas y examen que justifiquen mi elección y que me demuestren a las claras ser digno de ella el elegido.
El hallarse en el palacio de los archiduques, motivó que Felipe el Hermoso de vuelta de España, una vez desembarazado de los halagos sin límites de Doña Juana, la mirase con tal adhesion, que al fin concluyó por apasionarse ciegamente de los atractivos de la rubia española, cuya magnífica cabellera dorada llegó á seducir su corazon.
Y Pep, igual a todos los tímidos, que dudan y vacilan antes de hablar, pero una vez perdido el miedo se lanzan adelante ciegamente, empujados por el propio temor, expuso con rudeza su pensamiento. «Sí; algo tenía que decirle, algo muy importante. Dos días había estado pensándolo, pero ya no podía callar más tiempo.
Creyó en una gran injusticia que era la ley del mundo, porque Dios quería, tuvo miedo de lo que los hombres opinaban de todas las acciones, y contradiciendo poderosos instintos de su naturaleza, vivió en perpetua escuela de disimulo, contuvo los impulsos de espontánea alegría; y ella, antes altiva, capaz de oponerse al mundo entero, se declaró vencida, siguió la conducta moral que se le impuso, sin discutirla, ciegamente, sin fe en ella, pero sin hacer traición nunca.
Podré hacer averiguaciones en un sentido general repliqué, pero colocar ciegamente el paquete de cartas en las manos de un perito, sería, me temo, entregar a otros la posesión más reservada de su papá. Puede ser que haya aquí escrito algún dato que no sea conveniente ni agradable que el mundo lo sepa. ¡Ah! exclamó, alzando rápidamente la vista y mirándome.
Pensaba con irónica conmiseración en su existencia antes de conocerla. Creía entonces haber paladeado todas las variedades y complicaciones del amor, y hasta se consideraba hastiado de ellas. Había tenido por suyas mujeres de alto precio, arrebatándolas en una puja de generosidad a los amigos más íntimos con quebranto de su fortuna. ¡Lo que había malgastado años antes, cuando al morir su madre se vio en posesión de una fortuna algo mermada por sus prodigalidades de hijo de familia!... Sus amores en la buena sociedad habían alcanzado igualmente cierta resonancia. Aún guardaba en el pecho una ligera cicatriz, un puntazo recibido en un duelo con cierto señor que, después de tolerar ciegamente todos los amigos anteriores de su esposa, se había sentido de pronto terriblemente celoso de Ojeda. El amor le hacía encogerse de hombros en aquella época de su vida: un pasatiempo como la ambición o como el juego; un dulce engaño para entretenerse.
El Nacional iba a caer también; no podía salirse de entre los cuernos: la fiera le llevaba ya casi enganchado... Gritaban los hombres, como si sus gritos pudieran servir de auxilio al perseguido; suspiraban de angustia las mujeres, volviendo la cara y agarrándose convulsas las manos; hasta que el banderillero, aprovechando un momento en que la fiera bajaba la cabeza para engancharle, se salió de entre los cuernos, quedando a un lado, mientras aquélla corría ciegamente conservando el capote desgarrado entre las astas.
Palabra del Dia
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