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Actualizado: 4 de mayo de 2025
Obedecemos el uno y el otro, exclusivamente, ciegamente, a lo que nos encanta; lo que nos encanta es, tanto para él como para mí, imposible o poco menos, lograrlo; es una quimera o representa lo prohibido.
Es hombre de regular cultura, y su influencia entre los negros de este término municipal es generalmente reconocida, pues en muchas ocasiones ha hecho triunfar en Guantánamo á los distintos partidos políticos á que ha pertenecido, trayendo á votar centenares de hombres que lo seguían ciegamente.
Maniobramos luego para tener a nuestro frente el flanco enemigo; las tropas que por allí atacaban dicho flanco doblaron por cuartas para darnos paso por los claros; el jefe gritó: «A la carga»; picamos espuela, y ciegamente caímos sobre el enemigo como repentina avalancha. Yo, lo mismo que Santorcaz, el mayorazgo y los demás de la partida, íbamos en la segunda fila.
No es menor, por tanto, la tarea que ha de proponerse el crítico, porque hasta sus faltas aisladas, que no se puede menos de conocer y confesar, se hallan revestidas de tan deslumbrador colorido poético, que se necesita hacer verdaderos prodigios de calma y reflexión para no hablar de ellos como lo haríamos cuando nos arrastra ciegamente la admiración más exagerada.
El entregar al hombre á merced del solo sentimiento, es arrojar un navio sin piloto en medio de las olas. Esto equivale á proclamar la infalibilidad de las pasiones, á decir: "obra siempre por instinto, obedeciendo ciegamente á todos los movimientos de tu corazon;" esto equivale á despojar al hombre de su entendimiento, de su libre albedrío, á convertirle en simple instrumento de su sensibilidad.
Si no la dije inmediatamente fue porque todavía no comprendía nada: no oía las preguntas que me hacían, contestaba a ellas mecánicamente, como en sueños. Pero después, cuando usted me arrojó a la cara la acusación, yo me sublevé. Todavía era esa mi condición. Mi pensamiento, mis sentimientos, obedecían ciegamente a esa clase de reacciones repentinas. Acusado por usted, me defendí.
Bien; la hablaré, pero desconfío: por lo mismo, y como esta comisión es harto delicada, quiero que esté usted presente. ¡Yo!... de ningún modo. Hay un medio: en el locutorio puede usted estar a un lado de la reja sin que ella le vea. Eso es repugnante. Necesito que usted asista a esta grave conversación... compréndame usted y disculpe como debe mi franqueza. Pero yo confío ciegamente en usted.
Poco a poco, y ayudando a ello lo muy distraída que Amparo andaba, volvió Chinto a amarrarse al antiguo yugo, a obedecer ciegamente a la despótica voz de la tullida; hízole los recados, le arregló el cuarto, le trajo remedios, le dio unturas.
En cuanto a Juana, ya lo hemos dicho, se hallaba dispuesta a aceptar ciegamente la elección hecha por su madre. Por otra parte, como todas las jóvenes preparábase a enriquecer con sus dotes personales al primer hombre a quien le permitiesen amar, a adorarle con su propia poesía, a reflejar en él su belleza moral, y transfigurarle, en fin, con la pureza de su brillo.
Velázquez, aunque fingiese despreocupación y se riese de agüeros, guardaba, como buen andaluz, un fondo supersticioso. Trastornado ahora por su pasión además, juró de buena fe que creía en la virtud de las cartas y los ensalmos, y se manifestó dispuesto á seguir ciegamente cuanto María-Manuela le ordenase.
Palabra del Dia
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