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Actualizado: 4 de mayo de 2025
De modo que una vez que hubo adoptado esta desgraciada idea, creyó ciegamente todas las tonterías y todas las mentiras que Santiago tuvo a bien contarle. ¿Y el gitano? preguntó el capitán.
Su padre y su hermana, aunque no la alentasen en las devociones, nada le decían en contra, y cada día le otorgaban mayores muestras de cariño, pues a ello les invitaba la creciente dulzura y afabilidad de su carácter. Su madre la adoraba con pasión loca y aplaudía ciegamente todos sus actos de piedad. No se cansaba de alabar la virtud y el talento de su primogénita.
Era asunto del Vara de plata; podía castigar y despedir a quien quisiera sin miedo alguno. Pero don Antolín, temblando ante la responsabilidad que le podían acarrear las decisiones enérgicas, acabó por entregarse a Gabriel, solicitando su apoyo. Aquel hombre era el que ejercía la verdadera autoridad en el claustro alto. Todos le escuchaban, siguiendo ciegamente sus consejos.
Te repito, pues, que seguí tu consejo de coquetear, no por reflexión, sino por instinto; no con estudio y cautela, sino ciegamente y poniendo en ello todo mi ser y toda mi alma. Todavía, si el Conde hubiera sido pobre como yo, obscuro como yo, menesteroso como yo, yo le hubiera dicho: cásate conmigo; pero siendo quien es, me repugnaba decírselo.
Porque debe tenerse muy en cuenta, que la esclavitud que el mahometano impone en Filipinas no es la despótica de la raza blanca sobre la negra; es sólo una especie de obligación en la que el esclavo, si bien obedece ciegamente á su dueño y para él trabaja y por él muere, tiene la compensación de que constituye una parte de la familia, disfrutando en ella de todos los beneficios de la mancomunidad, y en los asuntos de interés general toma parte alternando con el ciudadano libre: á veces con sus mismos señores.
Creo que todo se vuelve en contra mía: mis hijos, mis amigos... vos... en quien yo confiaba ciegamente. ¡Yo...! Sí, vos; me habéis dicho que os retiráis de la servidumbre de la reina... y vos me hacéis mucha falta al lado de la reina... no contenta aún, os hacéis amiga de nuestra enemiga doña Clara, y amparáis á mi enemigo don Francisco.
Un perro salva ciegamente al enemigo de su dueño. Yo cuidaré a esa pobre criatura como si todos tuviésemos interés en que se curase. Después de la partida del doctor, la señora Chermidy pasó a su tocador y se entregó en manos de su doncella. Por la primera vez en mucho tiempo se dejó vestir sin fijarse: ¡tenía otras preocupaciones más importantes!
No se le ocultaba que el lance había sido provocado por Tristán a causa de sus ridículos celos, y aunque amaba ciegamente a su marido su conciencia no podía menos de sublevarse contra tal barbarie, contra una injusticia tan notoria. Aquel desenlace trágico la llenaba de confusión y de terror. ¿Qué hombre era éste que por una estúpida aprensión llegaba a dar muerte a un chico inocente?
Y para que la tarea les fuera aún más fácil, tomaban por base de sus disertaciones los ingeniosos conceptos de cierto periódico, al cual habían subordinado ciegamente su criterio. El tal periódico no asentaba jamás un principio sin un pero; no mostraba un color que no pudiera confundirse con otro a la más leve interposición de una frase artificiosa, que nunca faltaba a la mano.
Lo que antes era para la esposa autocrática la única gracia de su marido, ahora comenzaba a convertirse en motivo de sospechas, de cavilaciones. ¿Por qué calla tanto? ¿Por qué obedece tan ciegamente? ¿Es que me desprecia? ¿Es que encuentra compensación en otra parte a estos malos ratos?
Palabra del Dia
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