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Actualizado: 16 de junio de 2025
Y al fin, el imponente automóvil emprendió la marcha hacia el Sur, llevando á doña Luisa, á su hermana, que aceptaba con gusto este alejamiento de las admiradas tropas del emperador, y á Chichí, contenta de que la guerra le proporcionase una excursión á las playas de moda frecuentadas por sus amigas. Don Marcelo se vió solo.
Cuando su familia comentaba con una vivacidad algo envidiosa las glorias de los parientes de Berlín, él decía sonriendo: «Déjenlos en paz; su dinero les cuesta.» Pero el entusiasmo que respiraban las cartas de Alemania acabó por crear en torno de su persona un ambiente de inquietud y rebelión. Chichí fué la primera en el ataque. ¿Por qué no iban ellos á Europa, como los otros?
De este modo podía vigilar á su hijo, que seguía llevando una vida endiablada, sin salir adelante en los estudios preparatorios de ingeniería... Además, Chichí era ya una mujer, su robustez le daba un aspecto precoz, superior á sus años, y no era conveniente mantenerla en el campo para que fuese una señorita rústica como su madre. Doña Luisa parecía cansada igualmente de la vida de estancia.
El hijo del senador adivinó sin duda los pensamientos de ella, y esto le hizo perder su tranquilidad sonriente. Durante tres días no se presentó en casa de Desnoyers. Todos creyeron que estaba retenido por un trabajo oficinesco. Una mañana, al dirigirse Chichí á la avenida del Bosque escoltada por una de sus doncellas cobrizas, vió á un militar que marchaba hacia ella.
Únicamente yendo al frente de la guerra, su calidad de alumno de la Escuela Central podía, hacer de él un subteniente agregado á la artillería de reserva. ¡Qué felicidad que te quedes en París! ¡Cuánto me gusta que seas simple soldado!... Y al mismo tiempo que Chichí decía esto, pensaba con envidia en sus amigas cuyos novios y hermanos eran oficiales.
Estaba en un colegio de la capital, y las monjas educadoras tenían que batallar grandemente para vencer las rebeliones y malicias de su bravía alumna. Al volver á la estancia Julio y Chichí durante las vacaciones, el abuelo concentraba su predilección en el primero, como si la niña sólo hubiese sido un sustituto. Desnoyers se quejaba de la conducta un tanto desordenada de su hijo.
A él, á Marcelo Desnoyers, le podía ocurrir lo mismo que á los infelices belgas si los bárbaros invadían su país. Tenía una casa en la ciudad, un castillo en el campo, una familia. Por una asociación de ideas, las mujeres víctimas de la soldadesca le hacían pensar en su Chichí y en la buena doña Luisa.
Y doña Luisa, inmóvil en su asiento, siguiendo con la mirada el paso de Chichí entre las tumbas, volvía á, interrumpir su rezo: ¡Señor, por las madres sin hijos... por los pequeños sin padre... por que tu cólera nos olvide y tu sonrisa vuelva á nosotros! El marido, caído en su asiento, miraba también el campo fúnebre.
No había visto mas que humo, casas incendiadas, muertos y heridos. Ni un solo alemán pasó ante sus ojos, exceptuando á un grupo de hulanos prisioneros. Había estado varias horas tendido al borde de un camino disparando... Y nada más. Por el momento, resultaba bastante para Chichí. Se sintió orgullosa de ser la novia de un héroe del Marne, aunque su intervención sólo hubiese sido de unas horas.
¡Cuánto muerto! suspiró en el interior del automóvil la voz de don Marcelo. Y René, que iba enfrente de él, movió la cabeza con triste sentimiento. Doña Luisa miraba la fúnebre llanura, mientras sus labios se estremecían levemente con un rezo continuo. Chichí volvía á un lado y á otro sus ojos, agrandados por el asombro.
Palabra del Dia
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