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Actualizado: 16 de junio de 2025


Su madre, que no se cansaba de contemplarle, había tenido que acelerar el final de la entrevista, asustada por ciertos ruidos. «Márchate; podría sorprendernos, y el disgusto sería enorme.» Y él había huído de la casa paterna saludado por las lágrimas de las dos señoras y las miradas admirativas de Chichí, ruborosa y satisfecha á la vez de un hermano que provocaba entre sus amigas escándalo y entusiasmo.

En tiempo de paz, Chichí había admirado algo á este personaje «Es guapo decía pero con una sonrisa muy ordinariaAhora todos sus odios los concentraba en él. ¡Las mujeres que lloraban por su culpa á aquellas horas! ¡Las madres sin hijos, las mujeres sin esposo, los pobres niños abandonados ante las poblaciones en llamas!... ¡Ah, mal hombre!... Surgía en su diestra el antiguo cuchillo de «peoncito», una daga con puño de plata y funda cincelada, regalo del abuelo, que había exhumado de entre los recuerdos de su infancia, olvidados en una maleta.

René, el hijo único de éste, había acabado por inspirar á Chichí cierto interés que casi era amor. El personaje deseaba para su descendiente los campos sin límites, los rebaños inmensos, cuya descripción le conmovía como un relato maravilloso y banquetes. Toda celebridad nueva le sugería inmediatamente el plan de un almuerzo.

Chichí bajó también maquinalmente, con el irresistible deseo de proteger á su marido. Cada sepultura guardaba varios hombres. El número de cadáveres podía contarse por los kepis ó los cascos que se pudrían y oxidaban adheridos á los brazos de la cruz. Las hormigas formaban rosario sobre las prendas militares, perforadas por agujeros de putrefacción, y que ostentaban aún la cifra del regimiento.

Su hijo estaba en peligro... ¡Que muriesen todos los Hartrott antes de que Julio recibiese la herida más insignificante!... Participó de los sentimientos belicosos de su hija, reconociendo en ella un gran talento para apreciar los sucesos. Deseaba ver transportadas á la realidad todas las puñaladas fantásticas de Chichí.

En la mañana del cuarto día de movilización, al salir de su casa, en vez de encaminarse al centro de la ciudad marchó con rumbo opuesto, hacia la rue de la Pompe. Algunas palabras imprudentes de Chichí y las miradas inquietas de su esposa y su cuñada le hicieron sospechar que Julio había regresado de su viaje.

Todo el grupo Desnoyers pareció sentir de pronta un frío glacial, como si los témpanos polares invadiesen la avenida Víctor Hugo. El padre se limitó á obsequiarse con un gabán de pieles; pero encargó tres para su hijo. Chichí y doña Luisa se presentaron en todas partes cubiertas de sedosas y variadas pelambreras: un día chinchillas, otros zorro azul, marta cibelina ó lobo marino.

La mano izquierda había desaparecido con una parte del antebrazo. La manga colgaba sobre el vacío doloroso del miembro ausente. La otra mano se apoyaba en un bastón, auxilio necesario para poder mover una pierna que no quería recobrar su elasticidad. Pero Chichí estaba contenta. Veía á su soldadito con más entusiasmo que nunca: un poco deformado, pero muy interesante.

Se apiadó al enterarse de lo escasa que era su prole; sonrió un poco ante el entusiasmo con que el viejo hablaba de su hija, saludando á Fraulin Chichí como un diablillo gracioso; puso el gesto compungido al saber que el hijo le había dado grandes disgustos con su conducta.

Era teniente y continuaba sus estudios para ingresar en el Estado Mayor. «¿Quién sabe si llegará á ser otro Moltke?», decía el padre. Y la bulliciosa Chichí lo bautizó con un apodo, aceptado por la familia. Otto fué en adelante Moltkecito para sus parientes de París. Desnoyers se admiró de las transformaciones realizadas por los años.

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