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Actualizado: 16 de junio de 2025
Chichí estaba en el salón tendida en un sofá, pálida, con una blancura verdosa, mirando ante ella fijamente, como si viese á alguien en el vacío. No lloraba; sólo un ligero brillo de nácar hacía temblar sus ojos, redondeados por el espasmo. ¡Quiero verle! dijo con voz ronca . ¡Necesito verle! El padre adivinó que algo terrible le había ocurrido al hijo de Lacour.
Luego había aparecido Luisita, la llamada Chichí, que le contemplaba siempre con simpática curiosidad, como si quisiera enterarse bien de cómo es un hermano malo y adorable que aparta á las mujeres decentes del camino de la virtud y vive haciendo locuras.
¡Ya lo creo!... Pues hija, que se le quite a Vd. eso de la cabeza. ¿Me dispensa Vd., verdad? ¿Me deja usted que bese al niño? ¡No eches tierra en la ropa, condenao! Ven aquí, que te va a dar un chichi esta señora. ¡Ay hija! añadió, encarándose con Paz desengáñese Vd., cuando una quiere a un hombre, no hay señorío que valga, toas semos iguales. Paz salió de allí con el alma henchida de gozo.
Y Desnoyers se alarmaba, dando suelta á su mal humor, cuando por la noche iba emitiendo Chichí en forma de aforismos lo que ella y sus compañeras habían discurrido como un resumen de lecturas y observaciones: «La vida es la vida, y hay que vivirla.» «Yo me casaré con el hombre que me guste, sea quien sea.»
El y los suyos habían formado una leyenda en torno de esta cavidad de oro adornada con garras de león, delfines y bustos de náyades. Indudablemente procedía de reyes. Chichí afirmaba con gravedad que era el baño de María Antonieta.
Los alemanes eran los que pegaban más fuerte. «Con ellos no se juega: son muy brutos.» Y parecían admirar la brutalidad como el más respetable de los méritos. «¿Por qué no dirán eso en su casa, al otro lado de la frontera? protestaba Chichí . ¿Por qué vienen á la del vecino á burlarse de sus preocupaciones?... ¡Y tal vez se creen gentes de buena educación!»
Era Chichí, que parecía sentir una devoción ardiente. Ya no animaba la casa con su alegría ruidosa y varonil; ya no amenazaba á los enemigos con puñaladas imaginarias. Estaba pálida, triste, con los ojos aureolados de azul. Inclinaba la cabeza como si gravitase al otro lado de su frente un bloque de pensamientos graves, completamente nuevos.
Un cuerpo de ejército se había desbandado: muchos prisioneros, muchos cañones perdidos. «¡Mentiras, exageraciones de los alemanes!», gritaba Desnoyers. Y Chichí ahogaba con sus carcajadas de muchacha insolente las noticias de la tía de Berlín, «Yo no sé continuaba ésta con maligna molestia ; tal vez no sea cierto.
El subteniente sonrió con melancolía. Así era. Ven, sube dijo Chichí imperiosamente . Quiero decirte una cosa.
Fué Chichí la que avisó con un grito: «¡Aquí... aquí!» Los viejos corrieron, temiendo caer á cada paso. Toda la familia se agrupó ante un montón de tierra que tenía la forma vaga de un féretro y empezaba á cubrirse de hierbas.
Palabra del Dia
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