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Actualizado: 16 de junio de 2025
Los que morían dejaban una cama libre á los otros que iban llegando. Desnoyers vió cestos que goteaban, llenos de carne informe: piltrafas, huesos rotos, miembros enteros. Los portadores de estos residuos iban al fondo de su parque para enterrarlos en una plazoleta que era el lugar favorito de las lecturas de Chichí.
Chichí protestaba de la avaricia de papá al verle comprar lentamente, con tanteos y vacilaciones. Avaro, no respondía él . Es que conozco el precio de las cosas. Los objetos sólo le gustaban, cuando los había adquirido por la tercera parte de su valor. El engaño del que se desprendía de ellos representaba un testimonio de superioridad para el que los compraba.
Había encontrado en una sepultura el número del regimiento. Saltaron con prontitud fuera del vehículo Chichí y su marido. Luego descendió doña Luisa con una rigidez dolorosa, contrayendo el rostro para ocultar sus lágrimas. Finalmente, los tres se decidieron á ayudar al padre, que había repelido su envoltorio de pieles. ¡Pobre señor Desnoyers!
Impresionada la señora Desnoyers por estas profecías, no podía ocultarlas á su familia. Chichí se indignaba contra la credulidad de la madre y el germanismo de su tía.
Después de tales expediciones, la señora se mostraba majestuosa y deslumbrante como una basílisa de Bizancio: las orejas y el cuello con gruesas perlas, el pecho constelado de brillantes, las manos irradiando agujas de luz con todos los colores del iris. Chichí protestaba: «Demasiado, mamá.» Iban á confundirla con una prendera.
Chichí también quiso volver. René ocupaba mucho lugar en su pensamiento. La ausencia había servido para que se enterase de que estaba enamorada. ¡Tanto tiempo sin ver al «soldadito de azúcar»!... Y la familia abandonó su vida de hotel para regresar á la avenida Víctor Hugo. París iba modificando su aspecto después de la sacudida de á principios de Septiembre.
Una discípula de sus tiempos de gloria, que guardaba la antigua elegancia en su uniforme de enfermera, le dió vagos informes. «¿La pequeña Madame Laurier?... Se acordaba de haber oído á alguien que vivía cerca... Tal vez en Biarritz.» Julio no necesitó más para reanudar su viaje. ¡A Biarritz! La primera persona que encontró al llegar fué Chichí.
Chichí experimentaba cierto orgullo al salir á la calle al lado de este guerrero, encontrando que al uniforme había aumentado las gracias de su persona. Pero una contrariedad fué nublando poco á poco su alegría. El príncipe senatorial no era mas que soldado raso.
Vió cómo levantaba la cabeza cada vez que pasaba Georgette, la hija del conserje, siguiéndola con los ojos. ¡Pobre padre!... Indudablemente se acordaba de las dos señoritas que vivían en Alemania con el pensamiento ocupado por los peligros de la guerra. El también se acordaba de Chichí, temiendo no verla más.
Pero estas ilusiones de orador se desplomaban de pronto, y su amigo le sorprendió llorando más de una vez. ¡Un hijo único, y podía perderlo!... El mutismo de Chichí le inspiraba aún mayor conmiseración. No lloraba: su dolor era sin lágrimas, sin desmayos.
Palabra del Dia
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