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Actualizado: 31 de mayo de 2025
Si algunas veces se me presenta una idea fuerte y magnífica, es inútil que trate de retenerla. Bien pronto mi sangre fermenta, y no la encuentro más que a través de dolores extravagantes; o bien me canso de semejante tensión y entonces se esfuma y palidece bajo mis pinceles; es, quizá, que la imagen de Eulalia tiene demasiada fuerza en mi cerebro y esto me distrae.
Luego, se escapaba, sin esperar las gracias; a través de los campos, a través de los bosques, de casa en casa, de cabaña en cabaña, andaba, andaba, andaba... Una especie de embriaguez le subía al cerebro. Por todos lados en su camino oía gritos de alegría y asombro. Todos aquellos luises de oro caían como por encanto, en aquellas pobres manos habituadas a recibir pequeñas monedas de plata.
Hablaba de repente, llamas de amor místico subían de su corazón a su cerebro, y el púlpito se convertía en un pebetero de poesía religiosa cuyos perfumes inundaban el templo, penetraban en las almas. Sin pensar en ello, Fortunato poseía el arte supremo del escalofrío; sí, los sentía el auditorio al oír aquella palabra de unción elocuente y santa.
Todo esto, según la pasión se lo iba sugiriendo y según iba pasando y volviendo a pasar por su cerebro como un tropel de diablos que giran en danza frenética, no consentía que lograse un instante su reposo. En vez de dormir se revolcaba en la cama, y sus nervios excitados le hacían dar brincos.
Leto bajó un poco la cabeza y apretó los párpados y las mandíbulas, como si tratara de arrojar de su cerebro alguna idea, alguna imagen que, contra su voluntad, se empeñara en anidar allí.
Le parecía, en aquel instante, por completo desconocido, como el de un nuevo alumno que asistiese por primera vez a su clase. Se le antojaba absurdo que aquella mujer fuera su esposa. Una idea nueva, súbita, turbó su cerebro trastornado. En voz baja, murmurando, dijo: ¿No sabes, Macha? ¡Soy un espía! ¿Cómo? Soy un espía. ¿Comprendes?
Pero en sus cuentos, ora fuesen ficción, ora historia verdadera, nada había nunca en perjuicio del prójimo, y a veces había mucho de verdad, aunque exagerada y bordada. Las telas de su cerebro eran como mapa confuso, donde estaban muy borrosos los límites entre lo real y lo ideal, lo fantástico y lo positivo.
Los oídos le zumbaron con un glu-glu inmenso mientras su cuerpo daba cabriolas en la obscuridad. Su cerebro confuso imaginó que se había abierto un agujero infinito en el fondo del mar, que todas las aguas de los océanos se escapaban por él formando un gigantesco remolino, y que él volteaba en el centro de esta tempestad giratoria. «Voy á morir... ¡Ya he muerto!», decía su pensamiento.
No puedo decirte en pocas palabras lo que he hablado con ese buen señor; pero puedo asegurarte que tiene por ti un cariño bastante parecido a la idolatría.... Cuando este pensamiento mío empezó a atormentarme el cerebro fui a ver a mi hombre. No sé qué agitación, qué falta de asiento y aplomo encontré en él.
La primera idea que se le ocurrió fue notabilísima, como todas las que brotaban de aquel cerebro privilegiado: valerse de los reos condenados a muerte para una experimentación adecuada.
Palabra del Dia
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