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Actualizado: 31 de mayo de 2025


Si no lo hay ¿quién hizo este mundo? ¿Morimos para siempre o resucitamos después en otra vida? ¿Por qué nacemos? ¿por qué morimos? ¿Qué es el cielo? ¿qué es el infierno? Tales eran las graves cuestiones metafísicas que se agitaban incesantemente en el cerebro tenebroso del paisano Barragán.

La colosal energía contractil que desplegara se concentró en su cerebro, haciéndole delirar. La fiebre reprodújole los mismos peligros de que ya parecía libre, y vio los puñales corriendo tras . Imaginose que corría con sobrehumana presteza, sin poder apartarse de los ensangrentados aceros; imaginose que subía a los tejados, seguido tan cerca por los sicarios que sentía su abrasador aliento.

Tardó Rita en ordenar sus pensamientos, que saltarines y revoltosos, iban de aquí para allá lastimando el cerebro fatigado de la pobre vieja.

Negar la realidad objetiva de muchas cosas y convertirlas en productos de nuestro cerebro y de nuestros nervios sobreexcitados no deja de ser inexplicable maravilla.

Los fusileros americanos continuaban sus silbidos, sus gritos de exuberante juventud; pero á él le pareció que estas voces y estos manoteos decían lo mismo que el otro, invitándole con irónica cortesía: «¡Ven; aún queda un lugarAlgo más se callaban, pero él lo oyó en el interior de su cerebro como el bordoneo de una campana remota.

En estas prolongadas vigilias su cerebro se turbaba, y entonces creía ver visiones que flotaban ante sus ojos; quizás las percibía confusamente á la débil luz que de ellas irradiaba, en la parte más remota y obscura de su habitación, ó más distintamente, y á su lado, reflejándose en el espejo.

Crujieron las tablas del techo. Como si las ideas de la madre se hubiesen filtrado por la madera y caído en el cerebro del hijo, don Fermín pensó de repente: «Pero, no, todos estos son disparates; yo no puedo asesinar con un puñal a ese infame.... No tengo el valor de ese género. Estas son necedades de novela. ¿Para qué pensar en lo que no he de hacer nunca?

Se las recibirá con los brazos abiertos, se las coronará de rosas y se casarán con lords. La señora de Villanera hizo una mueca y se pasó a otra cosa. Durante toda la comida, el viejo duque tuvo los ojos fijos en Mantoux. Aquel cerebro impotente, aquella memoria desvanecida, supo reconocer en él al hombre que había visto una sola vez en casa de la señora Chermidy.

Con ser tan abultados los autos, no contenían tantas ideas, tantas fórmulas de investigación, tantos ni tan variados argumentos como los que ella febrilmente acumulaba en su cerebro aquella tarde, aquella noche, y en las horas claras y obscuras de tres días sucesivos.

Ella siguió rumiando su despecho, y en la tempestad de nubarrones que se desató en su cerebro, brillaban relámpagos que decían: «¡Arcachón!». En el retumbante son de esta palabra, más chic y simpática aún si era emitida por la nariz, iba como envuelto un mundo de satisfacciones elegantes.

Palabra del Dia

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