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Actualizado: 25 de mayo de 2025


Haz cuenta que de sus manos En el olvido cayeron. Volveréme habiendo visto Las damas y caballeros, La iglesia, el palacio, el parque, Los edificios, y pienso Que traeré de allá mal gusto Para vivir entre tejos, Robles y encinas, adonde Canta el ave y ladra el perro. No, Nuño, no aciertas bien.

Un gigantesco caballero de Santiago llegó á escalar los últimos peñascos, y derribando á tres arqueros de otros tantos golpes blandía de nuevo la tajante espada, cuando le asió entre sus nervudos brazos el animoso Sir Oliver. Forcejeando furiosamente ambos enemigos, y rodando por el suelo en mortal abrazo, llegaron al borde de la elevada planicie y cayeron despeñados en el horrendo precipicio.

Marta le tomó la mano y le hizo ponerse de pie, y le dijo: Laura, te llamas Laura, hija mía, le has dado gracia a Dios porque le plugo devolverte una buena madre, pero aún no conoces los tesoros de su bondad para contigo; además, te ha dado, Laura, un esposo fiel y digno de ser amado. ¡Ah! ¡Federico, Federico! Y los dos jóvenes cayeron en los brazos el uno del otro...

Tomé bien la puntería con una de las piezas, dirigiendo la mira a la cabeza del primer soldado... ¿Comprende usted?... Como la línea era tan perfecta, disparé, y ¡zas!, la bala se llevó ciento cuarenta y dos cabezas, y no cayeron más porque el extremo de la línea se movió un poco.

Ambos añadieron que no estando acostumbrados a hablar con gente de la otra vida, se olvidaron de la consigna y de dar el quién vive, porque la carne se les volvió de gallina, se les erizó el cabello, se les atravesó la palabra en el galillo y cayeron redondos como troncos. Don Ramón Rodil, para curarlos de espanto, les mandó aplicar carrera de baquetas.

Á excepcion del valiente coronel Don Tomás Garcia que, al frente del primero de Valancey, supo retirarse con vida hasta Valencia, el resto del ejército quedó completamente derrotado. Batallones enteros cayeron prisioneros en manos de los patriotas, en tanto que otros, arrojando las armas, dispersos como aves espantadas, huyeron á guarecerse en los bosques.

Le cayeron en gracia y le ganaron la voluntad el respetuoso acatamiento y la amistosa dulzura conque la cigüeña la miraba. Confesó, allá en sus adentros, que la cigüeña sabía tratar a las gentes como merecían, y que, naturalmente, estaba dotada de exquisita buena crianza, aunque por ser crianza no aprendida, más bien debiera llamarse soltura fina o refinado tacto de mundo.

Cayeron luego el ventero y la ventera en que el loco era su huésped, el del bálsamo, y el amo del manteado escudero, y contaron al cura todo lo que con él les había pasado, sin callar lo que tanto callaba Sancho.

Entonces es cuando más de un ventisquero es peligroso de atravesar por la anchura de las hendiduras que se verifican hasta lo infinito. Desde los bordes de la sima se ven á veces en su interior capas superpuestas de un azulado hielo que fué antes nieve, separadas por fajas negruzcas, resto de los residuos que cayeron de la cúpula nevada.

Por fin, después de repetidas vueltas y revueltas, este exhaló un rugido y cayó en tierra, diciendo: Muerto soy. Al punto D. Pedro viose rodeado por un lado y otro. Multitud de vergajos cayeron sobre sus lomos, y con loco estrépito repetían los circunstantes: ¡Viva el gran D. Pedro del Congosto, el más valiente caballero de España!

Palabra del Dia

hociquea

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