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Actualizado: 25 de junio de 2025


Son todos de una misma nacion, pero enemigos declarados los del S con los del N; y suelen decir los del S: Mataco bueno, Mataguayo malo, y al contrario los del N. Estaban todos bebidos, cayeron sobre la canoa, y apoderados de ella, nos llevaron donde estaba la chusma. Salté á tierra, y preguntéles: ¿qué querian? que yo era su amigo, que los regalaría, que no hiciesen daño á los mios.

22 Y cayeron muchos heridos, porque la guerra era de Dios; y habitaron en sus lugares hasta la transmigración. 23 Y los hijos de la media tribu de Manasés habitaron en la tierra, desde Basán hasta Baal-hermón, y Senir y el monte de Hermón, multiplicados en gran manera.

En pocos días adquirió una suma increíble de conocimientos que puso en conmoción a todos los criados de la casa. El modo de lactarlo, el modo de vestirlo, el modo de bañarlo, todos los agentes internos y externos a los cuales pudiera estar expuesto el infante cayeron inmediatamente bajo la crítica inflexible de su enorme sabiduría.

¿Cuál coche detrás? -dijo él muy alborotado. Y al volver atrás, como hizo fuerza, se le cayeron las calzas, porque se le rompió una agujeta que traía, la cual era tan sola que, tras verme muerto de risa de verle, me pidió una prestada.

Al oír estas palabras los dos jóvenes deslizáronse de sus asientos y cayeron de hinojos a los pies del doctor, que poniendo las manos sobre sus cabezas, alzó los ojos al cielo brillándole de gozo la mirada mientras sus labios parecían murmurar una oración de gracias al Altísimo. Ellos, en tanto, con timidez y en voz baja se decían: ¿Es cierto que me amaba usted hace ya tiempo, Antoñita?

Los salmantinos lidiaron en diferentes jornadas con varia fortuna, que se les declaró al fin totalmente adversa en los campos de Villalar. Al lado de Maldonado Pimentel, ó mejor dicho, en las filas de su gente, peleó allí como bueno otro Maldonado, algo pariente suyo y también hijo de Salamanca, y ambos cayeron prisioneros después de su derrota.

A poco, quince o veinte hombres salieron de repente de entre las yerbas y en dos o tres saltos llegaron hasta los horcones de la cabaña, que comenzaron a golpear furiosamente con sus parangs. En un momento siete u ocho de los horcones cayeron a tierra. Veíase a los agresores a través de las viguetas del piso. ¡Fuego! gritó el Capitán.

Con todo eso, le sobresaltaron de manera que cayó en el suelo, con tan poco cuidado de las barbas, que se le cayeron en el suelo; y, como se vio sin ellas, no tuvo otro remedio sino acudir a cubrirse el rostro con ambas manos y a quejarse que le habían derribado las muelas.

Movida de otro impulso, se quitó la gorra que aprisionaba sus cabellos, que cayeron sobre sus espaldas, ricos, negros, con una mezcla de luz y sombra en su abundancia, comunicándole al rostro todo el encanto de una suave expresión. Jugueteaba en los labios y brillaba en los ojos una tierna y radiante sonrisa, que parecía tener su origen en su femenino corazón.

La tropa avanzó en buen orden hasta la orilla del bosque, con Piercy de Soldatenthal a la cabeza. Casi al mismo tiempo se oyó el ¿verdá? de un centinela; luego dos tiros, un grito estentóreo de «¡Viva Francia!» y el ruido sordo de una multitud de pasos que se precipitaban al mismo tiempo; los valientes montañeses cayeron sobre el enemigo como una manada de lobos.

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