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Actualizado: 1 de mayo de 2025
El ruido que causaban los que iban saliendo, despidiéndose con regocijadas risas, y el húmedo relente con sus fríos vapores, hicieron a Lázaro volver en sí del largo desmayo al tiempo que los últimos grupos esperaban, en el espacioso vestíbulo y en los primeros términos del jardín, la llegada de sus carruajes.
Clotilde lo aceptaba de buen grado: ella tan desdeñosa con los autores más eminentes, se estiraba y se encogía ahora como blanda cera en las manos de este muñeco insulso. Era de ver la humildad con que aceptaba sus correcciones, y la inquietud que la causaban las censuras: mientras duraba el ensayo tenía los ojos puestos constantemente en él, espiando como esclava sumisa los deseos de su dueño.
Ella hablaba mientras tanto, desahogando el enfado que le causaban sus parroquianas. Sólo una pobre como ella podía sufrir tantas exigencias. Era costurera, y querían que trabajase como una modista famosa.
Aparte del placer que me causaban las conversaciones de los muchos castellanos compañeros de viaje, manifestándose todos inteligentes, habladores, chistosos y de excelente índole, los objetos del tránsito me interesaban.
Pero, además, poseía un fondo de rectitud, un alma justiciera que mantenía viva la llama de la ofensa. Los desprecios con que Velázquez había pagado su amor tierno y desinteresado le causaban cada día mayor indignación. Había llegado á aborrecerle y lo confesaba tranquilamente con la sinceridad que la caracterizaba. No era esto, sin embargo, lo que más preocupaba á Paca.
Los que habían de acabar con esta situación eran la cultura de la gente, las costumbres nuevas, y esto resultaba obra de años y no se conseguía con un matrimonio. Además, los ensayos eran peligrosos y causaban víctimas. Si él tenía empeño en hacer la experiencia, podía escoger a otra que no fuese su sobrina. Y Valls sonrió irónicamente al ver los gestos negativos de Febrer.
La belleza severa y correcta de aquella religiosa y su mirada límpida y firme le causaban una impresión que no se explicaba. En su pecho nació cierta inclinación extravagante hacia ella y vivo y ardiente deseo de ser su amiga o más bien su discípula, de postrarse ante ella y decirle: «¡Enseñadme, dirigidme!» ¡Oh, si le permitiera darle un beso por pequeño que fuese!
A esta penosa agitación de Juanita se contraponía en su alma otra agitación dulcísima, otro sentir, en vez de aflictivo, delicioso y beatificante, que aumentaba y enardecía su amor al saberlo tan bien pagado, y que lisonjeaba su orgullo. A pesar del dolor y del sobresalto que la conducta criminal de Antoñuelo y sus consecuencias le causaban, Juanita se juzgó venturosa, y sin duda lo era.
El clérigo, al verme sonreír, se apresuró a hacer lo mismo, mostrando unos dientes podridos que causaban náuseas. Comprendí que había tropezado con un hombre vulgar y servil, y que podía sacar de él buen partido. Por lo pronto, antes de llegar al punto concreto que allí me llevaba, dejé que la conversación siguiese por donde había empezado, hablando de D. Cosme y de mi tío.
Las flaquezas amorosas de su mayordomo le causaban más gracia que disgusto. Se las perdonaba de buen grado porque él mismo había caído en ellas y aún parecía dispuesto á caer si la ocasión se ofreciese. En cambio ya se guardaría de equivocarse en dos pesetas al rendir cuentas: le habría arrojado el tintero á la cabeza. Bueno, bueno añadió sin dejar de sonreir; vé á tranquilizar al ama.
Palabra del Dia
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