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Cayó Rocinante, y fue rodando su amo una buena pieza por el campo; y, queriéndose levantar, jamás pudo: tal embarazo le causaban la lanza, adarga, espuelas y celada, con el peso de las antiguas armas. Y, entretanto que pugnaba por levantarse y no podía, estaba diciendo: ¡Non fuyáis, gente cobarde; gente cautiva, atended!; que no por culpa mía, sino de mi caballo, estoy aquí tendido.

Europea llegó á ser la fama de estos hombres, y tan grande su conocimiento de la antigüedad, que justifica plenamente la opinión de Erasmo, de que la erudición y los estudios clásicos florecían tanto en España, que causaban la admiración de las naciones más cultas y podían servir de ejemplo . Las universidades de Salamanca, Alcalá, Sevilla, Toledo y Granada estaban llenas de estudiantes ansiosos de saber, y el renombre de estas escuelas no sólo penetró en todas las provincias de la Península, sino hasta en Italia, Alemania y los Países-Bajos.

En grillos y colleras los ponía, Y así los desterró por malhechores: Y el pobre no conoce que se vía Que todo lo causaban sus amores. A cumplir su destierro los envía, Mas oye Jesu-Cristo sus clamores: Volvieron del camino, y así presos Estan en tanto que hay nuevos sucesos. Vicencio á esta sazon, dicen, dijera: "Mal hace de prender Mendieta gentes Sin culpa, y sin razon."

Ellos, vestido el severo y antipático frac, pugnaban por llegar hasta alguna de las que más efecto causaban, para hacer en el corro gala de su ingenio, mirando casi con descaro a las casadas, requebrando con prevención a las viudas, y tratando de inquirir el dote de las solteras.

Parecía imposible que un mocetón con unas barbas que causaban espanto fuese tímido como un seminarista. ¡Y pensar que todos tenían valor en tales casos, todos, hasta Andresito, aquel pazguato que se declaró a Amparo con la mayor facilidad...! ¡Cristo! ¡Cómo se reirían de él sus hermanas si conocieran sus timideces!

Cuantos más requiebros la soltaba, cuanto más le hacía comprender que le causaban impresión sus atractivos, más indiferente y distraída se mostraba ella. Con su donaire peculiar cortaba en seco cualquier lisonja, desviaba ingeniosamente la conversación y la encauzaba hacia los temas filosóficos en que tanto se placía. Velázquez se sintió humillado.

La chusma de criollos, que oia estas noticias tan favorables á sus ideas, manifestaba el gozo que le causaban, y algunos intentaron salir á encontrarle, porque aseguraba el indio, que muy breve se hallaria en la ciudad de la Paz. D. Jacinto Rodriguez, convenido con la muger del capitan de aquellas milicias, D. Clemente Menacho, intentaron que todos los españoles usasen el traje de los indios.

Después recordó todos sus razonamientos y sus recriminaciones, asombrándose del poco efecto que causaban en ella. Era indudablemente otra mujer. Alguien la había cambiado; alguien era el culpable de esta absurda situación. Gran parte de aquella noche la pasó reflexionando. No se le ocurría censurar á Alicia. Hasta se arrepintió de sus palabras agresivas. ¡Infeliz!

Tenía poco en qué escoger, por estar todo el país poblado de espesísimos bosques: sólo entre los Tapacurás y Paunacas se descubría un valle, mas por la mayor parte estaba lleno de lagunas y pantanos, fuera de haber en él infinita multitud de mosquitos y tábanos que de día y de noche causaban insufrible molestia.

Los últimos en despertar se mostraban incrédulos, y únicamente se convencían de lo ocurrido luego de oír los informes de los tripulantes del buque. Vagó Ferragut como un alma en pena. El remordimiento le hizo ocultarse en su camarote. Le causaban daño estas gentes con sus quejas y sus comentarios. Luego no pudo seguir en su aislamiento.