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Actualizado: 5 de noviembre de 2025
Los dos se vieron al otro lado de la cancela, sobre el rellano de las gradas del Casino, en pleno aire, frente á los árboles de la plaza y los grupos de paseantes que daban vueltas en torno del «queso». Tuvieron que apartarse á un lado, para no impedir la circulación de los que entraban y salían. Además continuó el príncipe , mi deber es evitar murmuraciones.
Miguel conservó su sonrisa, mientras se escandalizaba interiormente de esta proposición. ¡En qué cosas pretendía mezclarle esta mujer!... ¡El pidiendo dinero á un prestamista del Casino!...
No; no debo escucharlo más; es bastante por hoy. Quédese aquí buscando frases nuevas; nada inspira como la caída de la tarde. Y con una voz que la alegría y también la emoción contenida hacían temblar un poco, añadió, subiendo a la terraza del Casino: ¡Adiós, adiós! querido flirt. El tiempo transcurría rápidamente para la alegre banda.
Unos botecitos en desorden dejaban escapar vagas exhalaciones de esencias más preciosas. Y revueltos con los objetos de tocador y las ropas íntimas, distinguió cartones de los que dan en el Casino á los clientes para apuntar las jugadas; unos con marcas rojas ó azules en sus columnas, otros perforados por un alfiler de sombrero á falta de lápiz.
La de Núñez, más disipada; frecuentaba más el Casino que el Ateneo, tenía queridas y gastaba mucho dinero, sin que se supiese de dónde procedía, pues hacía años que pintaba poco. Tristán sonrió, avergonzado de aquellas extemporáneas lamentaciones. ¿Y qué tal lo has pasado ayer en el Escorial?
Para costear su viaje a Biarritz necesitó enajenar más papel de la Deuda. Llevó en metálico a Francia unas cinco mil pesetas, cantidad más que suficiente para pasar el verano. Sin embargo, a los pocos días, arrastrado del ejemplo de sus amigos, se le antojó jugar en el Casino a los caballitos. En dos sesiones perdió todo el dinero.
La escena acabó por irse Leto al Casino, donde le esperaba el Ayudante de Marina para un partido de billar que dejaron los dos concertado la víspera, dándole hasta quince tantos Leto, además de la salida, como siempre.
Al pasear sus ojos por la alegre y bien vestida muchedumbre que él destinaba á la esclavitud, vió á Alicia, sola y de pie, al borde de la acera del «queso», mirando al Casino. ¿Vas á entrar? dijo acercándose á ella. Se indignó la duquesa, como si le propusiera algo humillante, algo que no había hecho nunca. ¿Entrar ella en el Casino?...
Y Ana, encendida la mejilla, cerca de la cual hablaba el presidente del Casino, no pensaba en tal instante ni en que ella era casada, ni en que había sido mística, ni siquiera en que había maridos y Magistrales en el mundo. Se sentía caer en un abismo de flores. Aquello era caer, sí, pero caer al cielo.
El Casino cuida de todos; nunca falta un puesto para un hijo del país en las salas de juego, en los jardines, en el teatro; y cuando no, en la policía, en las oficinas administrativas, en lo que depende del príncipe, y es pagado igualmente con dinero de la Sociedad. Llegar á «jefe de mesa» es el mariscalato de un monegasco.
Palabra del Dia
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