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Actualizado: 5 de noviembre de 2025


Novoa, al decir esto, señalaba la masa del Casino irguiendo sus cúpulas y torrecillas policromas sobre la meseta de Monte-Carlo.

Era una avenida de laureles y cipreses, con bancos curvos de mármol, y teniendo por fondo una columnata en semicírculo. A me hubiese gustado plantar palmeras, muchas palmeras, de Africa, del Japón y del Brasil, como las que hay en los jardines del Casino. Pero el príncipe y don Atilio las aborrecen.

No faltaba señora que confundía a los cantantes con los prestidigitadores que en el mismo Casino había visto maniobrar, y no quería que le quemasen el pañuelo, ni aun en broma, ni que le adivinasen la carta que tenía en el pensamiento. Emma no había visto nunca tan de cerca a la Gorgheggi, en la que pensaba tanto de algún tiempo a aquella parte.

El príncipe y Toledo llegan á la plaza y se dirigen á la izquierda del Casino, donde está el Café de París. Lubimoff se sienta á una mesa, en un ángulo saliente del café que las gentes apodan «el Promontorio». El coronel permanece derecho. Ha pasado la tarde con el príncipe, y necesita volver á su casa.

Los dos amigos se habían encerrado en la secretaría del Casino, a ruegos del ex-regente, que quería ver, sin ser visto, lo que él llamaba la subida al Calvario de su dignidad. Detrás de Mesía, que daba buena sombra, temblando sin saber por qué, impaciente, casi con fiebre, Quintanar se disponía a ver todo lo que pudiera.

Eran obra, según él, de aficionados arruinados por el juego, que el Casino se veía en la obligación de proteger. El príncipe empezó á encontrar figuras conocidas entre este público incesantemente renovado, que cada mes resultaba distinto. Todo el mundo pasaba por allí. El pavimento, de diversas maderas ensambladas, era uno de los caminos más frecuentados de Europa.

Ganada la votación, para contentar a la minoría, el presidente del Casino declaró imparcialmente que «el verdadero pecado del Provisor era la simonía». El Marquesito, licenciado en derecho civil y canónico se hizo explicar la palabreja.

Me ha hecho usted perder mucho con sus martingalas. Mejor es que siga con su número 5. El coronel, que había escuchado en silencio la conversación sobre las mujeres, pareció ligar dos ideas cuando Castro mencionó el juego. Ayer tarde dijo al príncipe con un tono algo misterioso encontré en el Casino á la duquesa... Un gesto de muda interrogación cortó sus palabras. «¿Qué duquesa

La mañana se la pasaba entera sentado sobre su sillita de tijera en el muelle, o en las peñas de tras la iglesia, con un sombrero de jipijapa si hacía sol o un paraguas si llovía. Por la tarde, tresillo en el casino hasta las cuatro en que de nuevo tomaba la caña. Por la noche, tresillo en casa de D. Martín con éste y el P. Norberto.

Los mozos encendieron el gas, y continuó el tertulín de la tarde empalmándose con el de la noche. Algunos fueron a cenar y volvieron. A las ocho en todo el Casino no se hablaba más que del duelo.

Palabra del Dia

vengado

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