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Actualizado: 5 de julio de 2025


Razón le sobraba al gran Donoso al tronar tanto contra el casino, en su elocuente libro sobre el Catolicismo. Es verdad que siempre ha habido casino, sólo que antes, para los ricos, se llamaba la casilla, y estaba en la botica, y para los pobres, el casino estaba en la taberna.

Comienza Clarín su obra con un cuadro de vida clerical, prodigio de verdad y gracia, sólo comparable a otro cuadro de vida de casino provinciano que más adelante se encuentra.

El Casino extendía su influencia á todas partes, hasta al Museo Oceanográfico. Muchas veces, mientras estudiaba el plancton, le acometía una nueva idea para desentrañar los misteriosos saltos de las series del «treinta y cuarenta». Trabajaba por las mañanas con el pensamiento fijo en Monte-Carlo; y apenas llegada la tarde, sentía un deseo irresistible de ir allá.

Haremos una revolución, destronaremos a Alberto, y le daremos á usted la corona de Mónaco. Puede casarse, si le place, con la hija de un emperador: el dinero lo arregla todo. Nosotros lo tenemos, usted lo tiene... ¡He dicho que no! Lo que yo deseo es entrar en el Casino para hacerlo quebrar y llevarme las llaves. Esta amenaza le arrancó la suprema concesión.

Madrid, Sevilla, Barcelona... París, la capital que usted quiera, ¿pasa de ser una jaula más o menos grande, mejor o peor fabricada, en la cual viven los hombres amontonados, sin espacio en qué moverse ni aire puro que respirar?... ¡Ocupaciones!... ¡La ocupación del negocio, la ocupación del café, la ocupación del paseo, la ocupación de la calle, la ocupación del Casino, o del teatro, o de la Bolsa...! Yo no digo que algunas de estas ocupaciones y otras muchas de los mundanos no sean útiles y necesarias para los fines de la vida, de lo que se llama vida de los pueblos y de las naciones; pero niego que, con excepciones muy contadas, sea cómodo, vario y entretenido nada de ello para la vida espiritual en naturalezas como la mía y otras muchas... incluso la de usted añadió, volviendo a sonreírse, si tuviera yo la fortuna de hacerle percibir la infinita variedad de encantos y de aspectos que se encierra y se contiene en esto que, a las primeras ojeadas de un profano, sólo parece un hacinamiento enorme de peñascos y bardales.

Un villavejano de viso se encogerá de hombros al ver cómo se le hunde medio tejado, y perderá el sueño si aquella misma noche se le ha demostrado en el Casino que su levisac atrasa más de dos temporadas en el reló de la última moda. ¡Oh! en éste y otros parecidos asuntos son terribles los villavejanos, sobre todo las hembras.

Muchos calculaban con ojos de codicia las cantidades que se amontonaban ante sus manos. Ya está en los trescientos mil... Tal vez tiene más... ¡Ojalá llegue á ganar millones!... ¡Qué gusto ver saltar al Casino!

El Casino de Vetusta ocupaba un caserón solitario, de piedra ennegrecida por los ultrajes de la humedad, en una plazuela sucia y triste cerca de San Pedro, la iglesia antiquísima vecina de la catedral. Los socios jóvenes querían mudarse, pero el cambio de domicilio sería la muerte de la sociedad según el elemento serio y de más arraigo.

Don Pompeyo rompió bruscamente sus relaciones con todos aquellos «espíritus frívolos» y no volvió a poner los pies en el Casino. Tomó esta resolución el día de Navidad, cuando supo que por Vetusta se corría que él, don Pompeyo Guimarán, el hombre que más respetaba todos los cultos, sin creer en ninguno, había profanado la catedral oyendo borracho la Misa del gallo.

En los últimos días, al contemplarla victoriosa en el Casino, su pasión se ensombrecía; la apreciaba menos. Luego, al verla arruinada y enferma de tristeza, su afecto iba renaciendo; y para auxiliarla, hasta se convertía en jugador, ¡él, que era incapaz de hacer esto ni por su propia salvación!... no puedes comprenderme: eres mujer.

Palabra del Dia

godella

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