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Actualizado: 5 de noviembre de 2025


Presumía de bien emparentada y relacionada; un primo suyo desempeñaba la secretaría del Casino de Industriales; una tía ricachona vendía percales, franelas y pañolería en la calle estrecha de San Efrén; la mayor parte de sus amigas cosían por las casas, o eran oficialas de la mejor modista.

Nucha, aunque un poco alterada la fisonomía, se mostró como siempre, afable, tranquila y atenta al buen servicio y orden de la mesa. Aquella noche el marqués no dejó dormir a Julián, entreteniéndole hasta las altas horas con larga y tendida plática. Los días siguientes fueron de tregua; don Pedro salía bastante, y se le veía mucho en el Casino, junto a la tribuna de los maldicientes.

Había ido al Casino para asistir á un concierto clásico, osando arrostrar la curiosidad obsequiosa de los empleados y el miedo á tropezarse con algunas de sus antiguas amistades.

Usted comprenderá que un hombre como yo no podía llegar al Casino vulgarmente sentado en un automóvil. ¡Quién no tiene automóvil!... En el desembarcadero esperaba un simple cochecito de un solo asiento, que iba á guiar yo mismo.

Marchaba por debajo de la plaza del Casino, cruzada en aquel momento por numerosos carruajes. Otro ascensor le subió á un gran salón con columnas. Era el hall del Hotel de París.

Cada una de nosotras tiene derecho a tratar de llegar primero para plantar la bandera vencedora. ¡Ah! exclamó Diana, ¡después de esto, nadie se atreverá a afirmar que la juventud femenina no es colonizadora! La hora de comer se acercaba. Habiendo dicho Bertrán Gardanne que iba a recibir a Juan, todo el mundo se dispersó, dándose cita para la noche en el Casino. Las dos primas fueron a vestirse.

Véase, pues, de cuánto son y han sido capaces mis paisanas. Dios las bendiga a todas. Imposible parece que, siendo tan buenas, las descuiden y abandonen los pícaros hombres. Además de las peregrinaciones de que ya hemos hablado, las dejan para irse al casino, donde se pasan las horas muertas.

No iba al casino, no frecuentaba la tertulia del boticario, no sabía palabra de política, no visitaba a las señoras devotas del lugar, en fin, se aseguraba ya que no servía para nada.

Pero se jugaban este socorro, lo perdían, y como los deudores del Casino no pueden volver á él hasta que han cumplido sus compromisos, quedaban clavados en la plaza para siempre, con la ilusoria esperanza de un dinero que todos ellos ignoraban de dónde podría venir.

Detrás de él marchaban, lo mismo que un séquito, sus amigos, sus parásitos brillantes, varias damas invitadas, toda su corte. Habían entrado en el Casino.

Palabra del Dia

vengado

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