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Actualizado: 10 de noviembre de 2025


Y este soplo de aire cargado de perfumes, subiendo por la nariz al cerebro de los vecinos más inclinados a la poesía y a las dulces expansiones del corazón, se portaba como enemigo declarado del sosiego de los espíritus femeninos y perturbador de la paz de las familias. La villa dormía plácidamente como una sultana, recibiendo la caricia halagüeña de este soplo.

Yo dudaba entre huir o poner paz, y en medio de mis vacilaciones me alcanzó esta caricia... Crea usted que me duele, pero el espectáculo valía la pena de ser visto. Lástima que usted no lo presenciase. Ojeda se inclinó con irónico agradecimiento. «Muchas gracias

Feli, sin darse cuenta, habíase deslizado de su asiento, acabando por acomodarse en las rodillas de Maltrana. Le ofrecía entre sus labios un dulce; lo partían con largo y meloso beso, y el joven, después de esta caricia, hablaba gravemente de su porvenir.

Popito saltó entre los negros matorrales de la cabellera, buscando un lugar á propósito para sentarse. Agárrese con fuerza á un mechón dijo Gillespie . No tema hacerme daño. Todo lo que venga de usted es para una caricia. Después de estas palabras galantes, añadió: Viajará usted un poco sacudida, pero la primera parte de nuestra expedición conviene que sea rápida.

Se lo doy a Vd. como recuerdo de que me hizo prisionero. Pues le ofrezco mi alazán en cambio, respondió D. Pedro, como recuerdo de que también fui prisionero de Vd. 125 Montó en seguida en el hermoso caballo, saltó Aliatar sobre el alazán, hizo a Leal la última caricia, y exclamando, ¡Que Alá los guarde! se marchó a galope tendido.

Vió de pronto el rostro de la muerta puesto de perfil, con un ojo que se torcía hacia él graciosa y malignamente, lo mismo que Ojo de la mañana debía mirar á su dueña mientras desarrollaba sus danzas misteriosas en la vivienda asiática. Ulises concentró su atención en la sien pálida del fantasma, cosquilleada por la caricia sedosa de sus bucles.

Quiso afirmar su humildad avanzando hacia él los labios con un beso tímido, de sierva agradecida. ¡Ah, no!... ¡no! Ulises, para huir de esta caricia, se puso de pie con violencia. Sintió otra vez odio contra la mujer que recobraba poco á poco sus sentidos. Al cesar el chorreo de la sangre se había extinguido su compasión. Ella, adivinando sus pensamientos, sintió la necesidad de hablar.

Flotaba en el ambiente un perfume resinoso, de acre caricia, tan denso, que parecía mascarse al respirar. Era una esencia para olfatos de gigante.

Apenas hubo pisado las baldosas del pavimento, sintió en el rostro la caricia fría y un tanto pegajosa de aquel ambiente de bodega subterránea. En el templo todavía era de noche. Arriba, las vidrieras de colores de los centenares de ventanas que, escalonándose, dan luz a las cinco naves, brillaban con la luz del amanecer. Eran como flores mágicas que se abrían a los primeros resplandores del día.

Poco a poco los vestidos fueron pasando de la cómoda a la cocina, por conducto de las prenderas. Últimamente, en un triste y húmedo día de octubre, se comieron el sombrero de paja de Italia. ¡Era el último plato! Capítulo IX La caricia del oso

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