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Actualizado: 10 de noviembre de 2025
Casi casi se aventuró a hacer a su sobrina una maternal caricia; tales eran su gozo y satisfacción. Un pensamiento se le salía del magín a cada instante; pero lo reservaba en la hoja más escondida de su gramática parda. Ni la sombra de este pensamiento dejaba entrever a Fortunata.
Cuando se cansaba de apoyar la cabeza en las rodillas de la madre, iba en busca del nuevo amigo, acogiendo como un gatito manso la caricia de sus manos en la flácida cabellera. El sueño acabó por rendirle, y Mina lo llevó a su camarote, despidiéndose de Fernando con visible contrariedad.
La niña, impresionada por la caricia, comenzó a sollozar y salió de la estancia.
»Pepita, Pepita: yo me siento conmovido y estoy a punto de sollozar cuando pienso en todas estas cosas... Yo me veo solo, yo me veo triste; yo veo que mi juventud va pasando estérilmente, sin una ternura, sin una caricia, sin un consuelo... »Adiós. No quiero que te pongas tú también triste. Este es un viejo que va todas las tardes al Congreso.
Está Ana imprudente dijo Juan con su voz de caricia : ¿cómo no tiene miedo a este aire del crepúsculo? ¡Pero si es ya el mío natural, Juan querido! Vamos, Pedro: deme el brazo. Pero pronto, Pedro, que esta es la hora en que los aromas suben de las flores, y si no la haces presa, se nos escapa. ¡Este Juan bueno! ¿No es verdad, Juan, que Lucía es una loca?
Antes de subir a caballo, Ricardo y Lorenzo permanecieron un largo rato contemplando a las gallinas que, ante la sola perspectiva de la noche aunque remota, se entregaban al laborioso trajín de buscar ubicación en las ramas de los árboles, sobre las ruedas de los carros, en lo más alto de una escalera de mano arrimada a la pared y que parecía ofrecer el mejor sitio para pasar la noche, de tal modo se agitaban por conquistarla, discutiendo visiblemente en nerviosos cacareos a que el respectivo gallo ponía término con picotazos que parecían al mismo tiempo caricia y reproche, traducible así: «¡Estáte quieta!»
Villamelón dio otro paso atrás y Currita otro adelante, repitiendo con tan suave voz que parecía una caricia: ¿Lo ves?... ¿Lo ves, Fernandito?... Y tirando de repente con rabioso arranque del paño negro, hundióle la cabeza a su ilustre esposo en la especie de saco que aquel formaba; volvió luego la espalda pausadamente, y sin perder su suavidad, salió de la cabaña.
Su boca, al hablar, se aproximó á la del marino. Los labios se arquearon iniciando la redonda caricia de un beso. ¿Tan mal vivirías con Freya?... ¿No te acuerdas ya de nuestro pasado?... ¿Es que ahora soy otra? Ulises se acordaba, efectivamente, del pasado, y empezó á reconocer que este recuerdo era demasiado vivo.
Su cuerpo se revolvía contra toda caricia que saliese de los límites del rostro, y esta repulsión vigorosa era tan brusca, que él se sintió empujado, vacilante sobre sus pies, teniendo que esforzarse para no caer. Luego, como arrepentida de su defensa, le echaba los brazos al cuello y volvió a su gesto de sumisión, descansando la cabeza en su hombro, gimiendo con un abandono de niña enferma.
Le confesaba, le hacía narrar y describir cien veces sus sentimientos, sus recuerdos, sus propósitos y sus esperanzas. A veces le acometían dudas sobre aquel extraño amor. ¿Pero de veras estás enamorado? ¿No consideras que soy una vieja?... ¿que puedo ser tu madre? Raimundo respondía siempre con alguna caricia apasionada, con una húmeda mirada donde se leía el infinito de su pasión.
Palabra del Dia
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