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Actualizado: 10 de noviembre de 2025
Se adormeció algunos instantes, para despertar con la sensación de un estallido horroroso que le enviaba por los aires. Y siguió desvelado, con sudores de angustia, hasta que en la sombra de la habitación se fué destacando un cuadrado de luz láctea. El amanecer empezaba á reflejarse en las cortinas de la ventana. La caricia aterciopelada del día pudo al fin cerrar sus ojos.
Los últimos rayos del sol poniente franjaban de oro y de púrpura estos enormes turbantes formados por la niebla, parecían incendiar las nubes agrupadas en el horizonte, rielaban débiles en las aguas tranquilas del remoto lago, temblaban al retirarse de las llanuras invadidas ya por la sombra, y desaparecían después de iluminar con su última caricia la obscura cresta de aquella oleada de pórfido.
Un dulce coro puebla la atmósfera toda: son las campanas de oro de la boda. ¡Qué mundo de venturanza la plácida nota lanza Su voz como una caricia o como un suave reproche desgrana en la calma noche las perlas de su delicia.
Construía barcos, y no naufragaba uno, para alterar con una catástrofe la monotonía de su existencia. La desgracia era impotente para él; estaba abroquelado y aunque ella corriese á estrecharle entre sus brazos, la caricia mortal sería un roce insignificante.
¡Oh, caso portentoso! Ricardo observó, con pasmo, que al tiempo de hacerle la caricia, el rostro de María se había trocado súbitamente por el de Marta. Sí; eran sus ojos negros y rasgados, sus mejillas frescas y sonrosadas, sus negros cabellos cayendo en rizos por la frente.
En aquel momento entraba Marta en el gabinete. Al pasar por delante de Ricardo, éste la cogió de una mano y la obligó a sentarse sobre sus rodillas, haciéndole una muda caricia con los ojos, sin dejar de atender a la conversación. La niña se sentó sin resistencia y escuchó también en silencio. ¿Pero de veras dice eso? preguntó don Máximo.
Al verles hizo un vago gesto, como si hubiese querido retroceder. Pero Adriana se levantó, fue hacia ella, rápidamente, y le oprimió las manos tanto que Laura contuvo un grito. Entonces, con actitud de azoramiento y de lástima, besó una y otra vez aquellas manos, sin alzar los ojos. Daba las espaldas a Julio y seguía sintiendo sus palabras humildes penetrarle en el alma como una larga caricia.
Y acaso, ¿no era dado esperar que aquella mujer le transmitiese, entre una y otra caricia, el secreto que buscaba? ¡Ah!, entonces sí que estaba seguro de la absolución del canónigo. «Pensad que lo haréis con un santo propósito.» ¿No eran éstas sus mismas palabras? ¿No se le había aconsejado que buscara un amorío para facilitar su comisión? Volvió a la casa del arrabal, no una vez, sino muchas.
Luego le bastaba ver la sonrisa de Elena y la caricia de sus pupilas verdes y doradas para mostrar una confianza y una admiración iguales á las de Federico.
Una criada torpe y gruñona le asiste con malos modos, sin solicitud ni cariño. ¡Qué soledad tan triste! ¡Ni una hija, ni una caricia, ni un beso! ¡Oh mocedad malbaratada! ¡Oh presente amarguísimo!
Palabra del Dia
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